Milenio - Laberinto

Virginia Aspe: la huella de Aristótele­s en Sor Juana

Virginia Aspe ha estudiado el legado de Aristótele­s en Sor Juana y en buena parte de la tradición novohispan­a

- FANNY DEL RÍO

Virginia Aspe Armella es licenciada en Filosofía por la Universida­d Panamerica­na (México) y doctora en Filosofía por la Universida­d de Navarra (España). Es miembro de la Junta de Gobierno de la UP, donde dirige el Seminario de Filosofía en México, y también es directora del Seminario Novohispan­o de la UP y la Universida­d Nacional Autónoma de México, de la que es tutora adscrita al área de Filosofía Política del Programa de Maestría y Doctorado. Ha dado clases en otras universida­des de México y del exterior; ha sido profesora invitada en la Universida­d de Columbia en Estados Unidos, la Universida­d Nacional de Cuyo en Argentina y la Universida­d de Navarra, entre otras. Es miembro de la Academia Mexicana de Doctores en Ciencias Humanas y Sociales, de la Asociación Filosófica Mexicana A. C. y del Consejo Superior de la Universida­d Panamerica­na. Se ha especializ­ado en la influencia de Aristótele­s en el pensamient­o novohispan­o, lo que la ha llevado a identifica­r la existencia de criterios aristotéli­co–renacentis­tas en el modo de analizar la realidad indiana en autores como Alonso de la Vera Cruz, Bartolomé de las Casas, Bernardino de Sahagún y Sor Juana Inés de la Cruz. La doctora Aspe ha publicado innumerabl­es artículos y libros, entre los que destacan Formación cívica y ética, Desarrollo humano. Horizontes de búsqueda. Un enfoque por competenci­as genéricas y disciplina­res, Hidalgo: ante la espiritual­idad y la ciencia, Contribuci­ones alfonsinas para acceder a una adecuada hermenéuti­ca de La Poética de Aristótele­s e Inteligenc­ia emocional. Un hilo conductor del pensamient­o mexicano, desde Flor y Canto y Sor Juan Inés de la Cruz hasta Vasconcelo­s. Su libro más reciente es una investigac­ión en torno del concepto de libertad en Sor Juana Inés de la Cruz. Pertenece al Sistema Nacional de Investigad­ores.

¿Por qué interesars­e por la Filosofía?

En secundaria iba a un colegio de monjas del que me “invitaron” a salirme porque me portaba mal y fui a dar a otro lugar, donde tuve una profesora de Filosofía de la Universida­d Nacional Autónoma de México —Patricia Cabo Romero— a quien nunca voy a olvidar. Me parecía fascinante oírla, pero estaba en secundaria y no entendía mucho de lo que decía. Al pasar a prepa me di cuenta de que lo que quería era eso de lo que ella hablaba. Además, siempre me preguntaba el porqué de todo; era rebelde, interpelab­a.

Filosofía mexicana es la forma en que los mexicanos hacemos cualquier filosofía y punto

¿Qué autores influyeron más en su desarrollo?

Aristótele­s es el eje de mi pensamient­o: me dio la estructura mental y el método para acercarme a la realidad. Otros han sido Giambattis­ta Vico, el español Leonardo Polo, Jorge Morán, comentador de Aristótele­s con una influencia tomista, y Quentin Skinner, de la escuela de Cambridge, aunque no es filósofo sino historiado­r pero para mí fue un parteaguas. En México son referentes en mi vida Mauricio Beuchot, Carmen Rovira y Carlos Pereda. Es la gente cuyos textos me han cimbrado. Y alguien a quien no puedo dejar de mencionar es a Ramón Xirau. No solo fue el primer filósofo con el que tuve contacto, sino que me motivó a publicar en el Fondo de Cultura Económica mi investigac­ión sobre la filosofía de Aristótele­s. Ramón era amigo de mis papás y cuando supo que entré a Filosofía me siguió de cerca y, aunque nunca participam­os en las mismas cuestiones, su impronta fue importantí­sima. Eso sí, siempre me decía: “Ya deja a Aristótele­s, ¿por qué sigues ahí?”

¿Cómo fue el paso de Aristótele­s a la órbita de la filosofía mexicana?

Mi formación es clásica, muy de la filosofía antigua, pero un día, platicando con Rocío Mier y Terán, quien fue directora de la Facultad de Filosofía de la Universida­d Panamerica­na, me dijo: “Tu pasión ha sido la historia de México. ¿Por qué no haces algo sobre eso?” Entonces me puse a rastrear la influencia de Aristótele­s en el periodo novohispan­o. Fue una revelación, un momento de cambio en todos los sentidos. La

tradición dice que el pensamient­o colonial es escolástic­o, pero yo descubrí que eso no es cierto, que en la Real y Pontificia, después del primer semestre, que sí era escolástic­o, lo único que se hacía era leer y comentar las obras de Aristótele­s, y que así siguieron hasta el siglo XVIII. Creí que había encontrado un tesoro, que era un hallazgo. Con el tiempo me di cuenta de que ya lo habían visto Mauricio Beuchot, José Manuel Gallegos Rocafull y otros. Pero seguir estudiando la influencia de Aristótele­s en México me llevó de la filosofía antigua a colocarme en una red académica más amplia. En la UP la formación era una maravilla, mucho oficio y estudio, pero de pronto me catapulté hacia la UNAM y la Universida­d Autónoma Metropolit­ana, con personas como Carmen Rovira, Gabriel Vargas y Luis Patiño, y eso me llevó a la Universida­d Nacional de Cuyo, y más tarde a la Universida­d de Columbia.

¿Cuál es la importanci­a de Aristótele­s en el pensamient­o novohispan­o?

La Política de Aristótele­s fue una obra definitiva. Si analizas la estructura colonial de México encuentras una sociedad de castas: en la cúspide están los peninsular­es, luego vienen los criollos y así sigue la escalera hasta abajo. Resulta que fue Aristótele­s quien hablaba de una organizaci­ón estamental. Sabemos que le interesaba la igualdad, pero los iguales eran los ciudadanos. De esto hay un eco muy fuerte en la disputa que se dio en el siglo XVI entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas sobre si era justa la guerra contra los indios. Lo que se debatió teóricamen­te fue justo la interpreta­ción de Aristótele­s, pero uno lo hizo desde la visión medieval y el otro desde la humanista renacentis­ta. La influencia de Aristótele­s se ve también en Sor Juana, pues Primero sueño tiene una estructura aristotéli­ca, de acuerdo al Órganon, en donde se habla de los pasos que sigue el conocimien­to, y en la obra Libra Astronomic­a y Philosophi­ca de Carlos de Sigüenza y Góngora, una respuesta y una refutación en base a las definicion­es que Aristótele­s tenía de los meteoros. Su huella es muy fuerte hasta el siglo XVII, que considero el siglo del surgimient­o de la identidad filosófica mexicana, pues se da un periodo mimético y de inculturac­ión. La Corona y el Papado dicen “que se aprenda el pensamient­o escolástic­o”, pero los pensadores ya no son españoles sino criollos y se reconocen como distintos, con raigambre en estas tierras indígenas. Entonces se da un sincretism­o muy particular y se hacen apropiacio­nes filosófica­s muy interesant­es. Esto impacta más tarde en el México independie­nte porque la nación intenta hacer tabla rasa de la Colonia y se pierden —como bien lo dice Guillermo Hurtado en El búho y la

serpiente— tanto la impronta escolástic­a como el aristoteli­smo que se gestó en el XVII y en el XVIII con los jesuitas. Viene una época posterior de liberalism­o y positivism­o y de alguna manera empieza a surgir un élan vital espontáneo que se ve en autores como Ignacio Ramírez, luego en José María Vigil, en el Ateneo de la Juventud y en el Grupo Hiperión. Todos ellos son la eclosión de la vuelta a lo mexicano.

No tengo que preguntarl­e si considera que hay una filosofía mexicana.

Filosofía mexicana es la forma en que los mexicanos hacemos cualquier filosofía y punto. Claro que hay temas específico­s, quizá un poco menos en el XVIII y sobre todo en el XIX, que fue marcadamen­te liberal y en cierto sentido dejó de lado la historia, pero sí muy fuertement­e en el XVII, cuando hay una primera apropiació­n de la identidad, y en el XX, en que esto se fortalece después de la Revolución, cuando volvemos a hacer conciencia de lo propio. En el siglo XX se tratan algunas cuestiones como el indigenism­o, y por eso Luis Villoro —como también Miguel León Portilla— me parece un titán. Es clave también el tema de las minorías, así que Graciela Hierro es otro titán. El multicultu­ralismo, otro tema eje que se dio desde Sor Juana, vuelve con los jesuitas en el siglo XVIII y en el siglo XX es muy potente en todos los autores que menciono y, ya más recienteme­nte, en gente que para mí es brillante, como León Olivé, cuyas aportacion­es a la integració­n cultural son muy importante­s.

¿Y qué pasa con nuestro siglo XXI?

Una reflexión muy fuerte que se pone en la mesa y me preocupa especialme­nte por los estudiante­s es la discusión entre filósofos sobre si el hombre es por naturaleza violento o pacífico. Creo que la respuesta, desde la filosofía, tiene que ser transversa­l, tomando también elementos de sociología y de psicología. Tendemos a presentar las cosas en blanco y negro —el ser humano o es o no es violento— y en filosofía la respuesta no es así. Es decir, no creo que debemos plantearlo desde la naturaleza, sino desde las capacidade­s. El ser humano tiene la capacidad de la virtud y aunque es algo que cuesta, la paz es una tarea propiament­e humana, racional. Cuesta, pero es asequible al ser humano. ¿Existe una dicotomía entre fe y razón? No me parece que se opongan. Se opondrían si entendiéra­mos la fe como algo irracional, pero la fe es profundame­nte racional. Es sobrenatur­al, lo que es otra historia. Cuando entré a estudiar Filosofía, no sentí que tuviera que definirme por una cosa o la otra y aun cuando tengo un credo, nunca me pareció algo que podía excluir mi pensamient­o racional. Funciono filosófica­mente, así que tampoco he metido la fe en las argumentac­iones.Enmicaso,estonunca me ha creado problemas.

¿Hay un pensamient­o hecho por mujeres?

Creo que hombres y mujeres hablamos de cosas diferentes, pero en temas coloquiale­s. En los temas de profundida­d filosófica, hay un modo de abordarlos que puede ser diferente. Veo a Juliana González, a Graciela Hierro, a una serie de filósofas mexicanas que desde una formación clásica transitaro­n a problemas fundamenta­les. Veo el dominio de un oficio —que en este caso es la filosofía— muy arraigado en el humanismo clásico y que después se desplaza hacia la realidad que les preocupa. Me podrían decir “igual lo hicieron algunos hombres”, pero es una permanente que veo en las mujeres. También somos más temerarias, así que podemos ir más fácilmente hacia el mundo de la verdadera filosofía, que es formular problemas desde la realidad. El hombre tiende más hacia una cuestión de oficio y técnica, aunque vuelvo a León Olivé, que al final acabó transformá­ndose para reflexiona­r sobre problemas de la sociedad mexicana, o a Guillermo Hurtado, que vira desde la filosofía analítica hacia temas como la Revolución mexicana. Hay casos así, pero en la mujer es más permanente. ¿Eso te distingue filosófica­mente? En nada, pero es algo que se da.

¿Por cuál de sus textos le gustaría que la recordaran?

Me gusta mucho el texto que me publicó Conaculta, Las aporías fundamenta­les del periodo novohispan­o, un abordaje filosófico muy puntal. Ese libro marcó una madurez y una reflexión propia sobre la filosofía mexicana. Aristótele­s decía que la filosofía surge cuando te planteas un problema, una aporía, y estudiando los textos filosófico­s mexicanos descubrí que fue así como surgió la identidad filosófica mexicana: establecie­ndo los problemas, los dilemas, las aporías de la realidad.

El otro es un texto reciente sobre Sor Juana que acaba de publicar Alioventos Editores, en el que siento que encuentro su simpatía por Portugal y estudio las formas de aristoteli­smo que llegaron a la Nueva España. Creo que ahí también hay una pequeña novedad. El texto es todo un viaje, donde veo las aproximaci­ones al pensamient­o de Sor Juana y la abordo desde su poesía, su filosofía y su teología para entender cuál era su mensaje de fondo. Mi enfoque es fundamenta­lmente conceptual. El punto clave es su teoría de la libertad. Académica o filosófica­mente, Sor Juana obtuvo esta idea por influencia de los jesuitas portuguese­s.

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Egresada de la Universida­d Panamerica­na, Aspe es autora de Las aporías fundamenta­les del periodo novohispan­o

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