Milenio - Laberinto

Mi vida con Octavio

- MARIE-JOSÉ PAZ

Comenzaré por el final. En un poema dice Octavio: “el futuro, un poco de agua en tus ojos”. Diez años ya pasaron y no fue poca el agua en mis ojos. He llorado tanto que pensé que se iba a secar mi alma.

Estos días me invade una gran melancolía: “mis pasos en esta calle/ resuenan en otra calle/ donde oigo mis pasos pasar en esta calle/ donde solo es real la niebla”. Sí, abril —the cruelest month— ha regresado y entra con fuerza en todos mis más tristes recuerdos.

Mi vida sin Octavio de repente fue como caminar sobre el vacío. Silencio. Ausencia. Soledad. Una gran vulnerabil­idad que algunos, con mezquindad, aprovechar­on para hacerme sentir todavía más sola. Machismo mental. Me parecía releer a diario El laberinto de la soledad. Frustració­n al no poder compartir nada de la vida: una simple exposición de pintura, escuchar música, leer un poema, contemplar un paisaje, viajar, reírse, en fin, amar. Sí, vivir es compartir. No obstante, et pourtant, Nagara, Nagara, ahora me siento más serena y no deja de impresiona­rme que en el claroscuro de la memoria, la sombra de estos últimos años poco a poco se desvanece para dar paso a una luz que irradia pedazos de tiempo radiante vivido juntos. Abril también es cuando florecen los cerezos. Es la resurrecci­ón de las presencias un retorno al tiempo. La energía positiva que renace de la naturaleza me hace revivir el pasado, vivirlo en el presente: “el presente es perpetuo” y mi soledad se vuelve habitada.

Por eso no voy a hablar más de mi vida sin Octavio. Si no me equivoco, lo que quiere usted es que hable de mi vida con Octavio. Y entonces vamos a ir “hacia el comienzo”, título emblemátic­o, si hay uno, porque es una serie de poemas que él me dedicó.

¿Cómo lo conocí? En un atardecer magnético, en Nueva Delhi, en la India, en un jardín encantado —perfumes de jazmín, sonidos de flauta y rugidos de tigre de bengala—, luz vibrante sobre sedas de saris encendidos, hora propicia hecha de reflejos y prediccion­es, exclamacio­nes y murmullos, brillaban más los ojos que todas las joyas del Golconda: podía haber aparecido el Dios azul Lord Krishna y hubiera sido totalmente normal. Pero el que apareció fue él, Octavio. Estaba vestido de blanco, y azul, sí, sus ojos.

¿Quién era este atractivo personaje que se dirigía hacia nosotros? Se acercó a nuestro grupo, se presentó, dijo su nombre que nadie oyó. Era embajador de México a punto de presentar sus cartas credencial­es. Y me preguntó a mí de qué hablaba con tanta vehemencia. Conté que acababa de leer un relato poco conocido, una nouvelle de Balzac: Modeste Mignon. Él entonces empezó a contarme la historia —recuerdo mi asombro—, los nombres, todo, como si lo acabara de leer. Quedé impresiona­da.

La noche se hacía más noche. El monzón que ya se alejaba había dejado flotar un aire húmedo que se pegaba suavemente en la piel. Los árboles de repente eran más tupidos. Las llamas de las lámparas de aceite que bordeaban las sendas del jardín parecían lenguas de fuego que se alargaban como para buscar beber la noche. Poco a poco todo se volvía mágico.

Me habló de mis pulseras de jazmín y de mi mirada: ya me sentía más La fille aux yeux de’or que Modeste Mignon. Bailamos un bolero. Sin saberlo, mi Indian song ya había empezado. Poco después leí su libro ¿Águila o sol?, esos fulgurante­s poemas en prosa. Estaba fascinada. Luego nos veíamos con frecuencia en numerosas recepcione­s diplomátic­as. Era muy obvia la atracción que había entre nosotros. Parecíamos imanes.

Para hacer el cuento corto —porque lo mío es un cuento largo—, nos enamoramos. Pero, como yo estaba casada, después de dos años mi esposo de entonces y yo dejamos la India y regresamos a París.

Una gran parte de mí se quedó en la India. Me sentía desolada y más enamorada que nunca.

No sabía entonces que el azar... ¿Quiere que le cuente? El azar —L´amour fou— me esperaba al doblar la esquina. Era el mes de junio. Pensé que era un espejismo, pero era él. Me tomó del brazo y “juntos atravesamo­s los tres tiempos/ los cuatro espacios/ para regresar al día del comienzo/ el presente es perpetuo”.

Quisiera ser digna de su memoria: “mereces lo que sueñas”.

Una gran parte de mí se quedó en la India. Me sentía desolada y más enamorada que nunca

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Foto: Fototeca Milenio

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