Milenio - Laberinto

Jonathan Franzen: la soledad y el camino

- ALONSO CUETO

La gente está sola”, me dice Jonathan Franzen en una conversaci­ón en la Feria del Libro de Lima. “Una novela es una proyección desde la soledad esencial de un escritor a la soledad esencial de un lector. Hoy en día la gente que está sola finge cubrir su soledad con aparatos como los celulares, los WhatsApp y el internet. En realidad, uno se siente más solo después de usarlos. Nada nos acompaña más que una novela de Tolstoi”.

Estar solo, sin embargo, no es necesariam­ente un problema o una desgracia. La soledad es, en realidad, esencial para poder estar con nosotros mismos. Uno tiene que estar solo de vez en cuando, sin las intrusione­s de los otros, para reconocers­e, intimar con uno mismo, comprender y valorar sus experienci­as. “Hay que distinguir entre estar solos y sentirnos solos”, agrega Franzen. “Me encanta estar con mis amigos y la gente que quiero pero siempre y cuando me aseguren que voy a estar solo, frente a una computador­a, seis horas al día”.

Franzen es alto, de ojos grandes protegidos por unos anteojos gruesos, y parece estar siempre mirando más allá. Su capacidad de observació­n es infinita. Llegó a Lima a pesar de un contratiem­po familiar de última hora. “La misión más importante de un escritor”, dijo, “no es denunciar la miseria contemporá­nea ni servir a su sociedad. Lo más importante para un escritor es contar una buena historia. Lo demás vendrá por añadidura”.

No hay una buena historia sin buenos personajes, agrega. Si uno conoce a sus personajes y si a uno le importan, vale la pena poner toda el alma para contar su historia. “Un consejo para quien quiera ser escritor”, dice en otro momento. “Si quiere escribir una novela, debe pensar que sus personajes buscan algo. Uno solo puede amar a un personaje que busca algo”. Cuando lo escucho, pienso que lo mismo ocurre en la vida. Solo podemos querer a una persona que nos invita a compartir su búsqueda.

Le pregunto qué relación hay entre escribir y observar las aves y me responde cuando lo acompaño a los Pantanos de Villa en las afueras de Lima. Los Pantanos de Villa es un paraíso de los ornitólogo­s y de cualquiera que tenga un sentido de la aventura. En este paisaje de cañas y lagunas vamos avanzando una mañana templada por un trecho desigual, que hace estragos en mi espalda. Sin embargo, de pronto todo se detiene. Estamos frente a un estanque con dos garzas blancas, delicadas, inmóviles. Una visión de ensueño, en un silencio sobrecoged­or. Me doy cuenta de que la afición de observar aves consiste en realizar largas caminatas en busca de un instante privilegia­do. Uno camina avanzando por un camino no muy seguro, en espera de encontrar algún tesoro. Eso es escribir novelas, me digo. Y quizá eso es la vida. Ir avanzando. Caminar y caminar en busca de una visión que lo justifique todo.

Franzen es alto, de ojos grandes, y parece estar siempre mirando más allá

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Ilustració­n: Andre Carrilho

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