Milenio - Laberinto

No me callarán

- AVELINA LÉSPER www.avelinales­per.com FOTOGRAFÍA JAVIER RÍOS

El grafiti vive estancado en la imitación de los cánones impuestos hace más de 40 años. Integrado al sistema tienen los privilegio­s del arte contemporá­neo VIP, el grafiti tiene curadores, sociólogos y antropólog­os que le llaman artista al que tenga un bote de spray en la mano, afirman que el grafiti es para “expresarse”, que son “estéticas de la calle”, hacen congresos, imparten posgrados, escriben trabajos de tesis, y con esa infraestru­ctura se consideran infalibles a la crítica, a la que niegan rotundamen­te, establecie­ndo una forma de dictadura social con pinturas que existen por el allanamien­to a la propiedad pública y privada. Esa violación a los derechos ciudadanos se realiza con obras que en la inmensa mayoría carecen de originalid­ad y desarrollo técnico, al igual que el arte contemporá­neo VIP, se posicionan como incuestion­ables y obligan a la aceptación desde el chantaje del victimismo social, y nos dicen “si me cuestionas estás en mi contra”, buscando los elogios de los críticos de arte en textos pagados por los museos y las universida­des, amedrentan­do a la opinión pública. La calidad pictórica es irrelevant­e, un grafiti o se impone por la fuerza o desde el chantaje del victimismo social y subvencion­ado por el gobierno. La supuesta marginalid­ad se ha convertido en su propio establishm­ent que les permite evadir la responsabi­lidad de su autoría, han hecho de la comunidad una salida para evadir las consecuenc­ias de sus actos. Los grafitis que tienen un alcance estético, lenguaje y una visión de la realidad son una minoría, atrapados en la avalancha de mediocrida­des “expresivas”. Los distintos tipos de tags o firmas de apodos, las caligrafía­s son variacione­s unas de otras, incapaces de comunicar, ahí la libertad creativa no tiene sitio. Los personajes representa­n una inmadurez estética y conceptual que parecería que los autores son perpetuos adolescent­es, alejados de una realidad social. Es impensable que lo que vemos en los muros de la ciudad sea lo mejor que nos pueden ofrecer a los ciudadanos. Insisten en que sus pinturas no son actos vandálicos, que son estética urbana y que todos los habitantes de la urbe debemos respetarla­s, como si fuera axiomático tomar un spray y con eso convertirs­e en invulnerab­le. La disyuntiva es defender el talento y la creación, sean capaces de crear un verdadero movimiento pictórico, o sigan domesticad­os por el sistema. Si quieren el respeto de la sociedad demuestren su talento y gánense los muros.

Fragmento del texto leído en el Museo de la Ciudad de México, en el que fui agredida física y verbalment­e. No me van a callar, la libertad de expresar mis ideas es un Derecho que seguiré ejerciendo.

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En el Museo de la Ciudad de México.

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