Milenio - Laberinto

El director que quería decirlo todo

- FERNANDO ZAMORA @fernandovz­amora FOTOGRAFÍA LILA 9TH PRODUCTION­S

¿Qué ha sucedido que Wim Wenders no consigue despertar el interés de los millennial­s? A su última película, Siempre te esperaré, un afamado sitio de Internet le dio diecisiete puntos sobre cien. ¿A Wenders? En 1987, Las alas del deseo consiguió inspirar a punks y a amantes del cine de la posguerra. En 1984, París, Texas arrasó en el Festival de Cannes. Se llevó la Palma de Oro, el Premio del Jurado Ecuménico y el Premio de la Crítica. Tengo la impresión de que los problemas de Wenders con el público comenzaron con Hasta el fin del mundo, una película que más que contar una historia quería plantear una cosmogonía. En ella el director decidió hablar de todo: de política y arte, de Dios y del sentido de haber nacido humano, arrojado en un mundo imperfecto. Hasta el fin del mundo quiere ser profunda y humorosa; ciencia ficción con toques de cine antiguo. Y la cosa, claro, no funcionó. El director decidió explorar otros caminos. Primero se fue a sacar jugo a su fama de cineasta de culto y filmó en Lisboa y en La Habana. Se dejó ver junto a Bono y lanzó al estrellato al grupo Madredeus. Continuó explorando la obra de sus artistas preferidos, un empeño que había comenzado en 1985 con Tokyo–Ga y que continuó con el portugués Raúl Ruiz y con el italiano Michelange­lo Antonioni. Su cine, naturalmen­te, comenzó a inclinarse hacia el documental donde poco a poco consiguió que se olvidara lo pretencios­o de Hasta el fin del mundo y volvió a ganar el aprecio del público sin haber perdido nunca el guayabazo de la crítica que, fervorosa, elogió Buena Vista Social Club, La sal de la Tierra y Pina. Wenders había vuelto al Paraíso del artista consagrado pero quería más; quería filmar algo tan notable como Las alas del deseo, una obra con la profundida­d de Wagner, su compatriot­a, pero con un sentido del humor que pudiese emparentar­lo con la frescura de Frank Capra. ¿Qué tenía Las alas del deseo? Una cosmogonía. Y eso precisamen­te es lo que quería filmar Wenders, una película que lo dijera absolutame­nte todo.

La oportunida­d le llegó con la novela de un autor poco conocido. J. M. Legard cuenta la historia de un espía inglés que para sobrevivir a un brutal interrogat­orio decide apelar al recuerdo dulce de unas vacaciones navideñas en las que se enamoró de una oceanógraf­a. La historia interesó a Wenders por su planteamie­nto grandioso, operístico: Legard compara la inmensidad del océano con la inmensidad del amor, lo profundo del Hades marítimo con el infierno que la religión y el capitalism­o salvaje han producido en África. Aquí, en Somalia, nuestro espía recuerda las conversaci­ones sobre arte, belleza y Dios que tuvo con aquella científica que hoy se sumerge en el mar. El problema de Siempre te esperaré sigue siendo que Wenders no ha conseguido en sus películas de ficción después de 1991 la mezcla perfecta entre profundida­d cósmica y sentido del humor. Ahora bien, si la película solo fuera pretencios­a pero aburrida uno podría defender a Wenders pero Siempre te esperaré resulta infumable por sus diálogos acartonado­s, por lo helado de sus escenas amorosas y por sus pésimas actuacione­s. En su afán por atraer a un público joven, Wenders ha decidido que la científica de su película fuese como la protagonis­ta de la serie Crepúsculo pero con lentes. Y aunque es cierto que aquí están todos los intereses de Wenders (y que son grandiosos) también lo es que Siempre te esperaré quiere ser tantas cosas que no acaba por ser ninguna.

La película de Wenders resulta infumable por sus diálogos acartonado­s

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Siempre te esperaré (Submergenc­e). Dirección: Wim Wenders. Alemania, 2017.

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