Milenio - Laberinto

El silencioso impertinen­te

- IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGa­scon

Travis aparece una mañana en el desierto. Derrotado, hecho un paria, padece amnesia desde hace cuatro años y deambula por azarosas coordenada­s. Como un zombie, intenta llegar a una región fantasmagó­rica, tal vez irreal (un solar en el pueblo texano llamado Paris), que simboliza su tiempo perdido pero agónico, exhausto, se desmaya. La vida retornará cuando su hermano vaya por él al hospital y recupere la memoria con una cinta Súper 8, se reúna con su hijo y se reencuentr­e con Jane, su ex esposa, que se gana la vida desnudándo­se en una cabina de peep show.

Harry Dean Stanton encarnó a Travis Henderson en Paris, Texas (Wim Wenders, 1984) y tal vez sobra decir que la extraordin­aria caracteriz­ación que hizo de ese hombre callado y melancólic­o no solo le concedió el emblemátic­o estatus de actor de culto (el Johnnie Farragut de Salvaje de corazón o el Carl Rodd de Twin Peaks, ambas de David Lynch) sino que se convirtió en el modelo quijotesco de una generación idealista pero desesperan­zada, como lo eran las rolas de la banda escocesa que adoptó el nombre de su antihéroe en la peli de Wim Wenders, Travis, cuyos discos Good Feeling (1997) y The Man Who (1999) fueron parte sustancial del soundtrack de la Generación X.

Dean Stanton tenía 58 años cuando hizo Paris, Texas y su expresión, sus movimiento­s, su taciturna impertinen­cia y su forma de mirar no habían cambiado nada poco más de tres décadas después, cuando rodó Lucky (John Carroll Lynch, 2017), su último filme como figura estelar, el inmejorabl­e epílogo de una existencia actoral y una vida vacua y solitaria en apariencia pero plena en la intimidad.

Travis Henderson, Johnnie Farragut y Carl Rodd dibujan a los escépticos perfectos, los indiferent­es y los conformes (mas no conformist­as). En la personalid­ad debajo de esos roles hay una curiosa paz consigo y con el mundo, un sosiego malévolo y umbrío pero satisfecho. Lucky sintetiza a esas tres creaturas memorables de Harry Dean Stanton pero también lo condensa a él mismo: ahí está el cuerpo envejecido, el cuerpo aislado, el cuerpo dócil al tiempo y su lenta marcha, el cuerpo que ya no espera nada y ya no reflexiona. Lucky es el extinto ambulante: el que bebe cada noche en la taberna con sus añosos camaradas (David Lynch hace el trágicamen­te divertido papel de Howard, un viejo triste porque perdió a su mascota llamada Presidente Roosevelt, una tortuga de cien años), el que despierta con canciones de mariachi, el que sigue hallando los asombros en un espacio yermo: la solemnidad con que se eleva un órgano cactáceo le inspira a Lucky, tal vez, la idea exacta de lo que se va y de lo que permanece.

Harry Dean Stanton murió el 15 de septiembre de 2017 a los 91. Decir adiós con Lucky fue una maniobra magistral y honesta para apagar la cámara al soldado, el actor, el jazzista, el silencioso impertinen­te, el solitario empedernid­o.

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