Milenio - Laberinto

El rey de Michelin

- VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismo­victor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA BERNARD SALINIER

Aprendí que la gastronomí­a es una parte esencial de la cultura gracias a Joël Robuchon. Fue la suerte del principian­te, nada más. En primer lugar, jamás pensé que buena parte de mi trabajo reporteril se centraría en el mundillo de los fogones. A mí solo me gustaba comer y muy pocas veces me preguntaba qué había en torno a un plato. No tardé en descubrir, sin embargo, que hay historia, viajes, tradicione­s, literatura, ciencia, glamour y personas, claro. Es decir: cultura. Poco después de recibir la encomienda de convertirm­e en “periodista culinario” (algo que, al ritmo que voy, no sé si algún día lograré porque mi ¿ingenuo? empeño es ser “todoterren­o”), el cocinero con más estrellas Michelin del planeta llegó a España para encabezar el cartel de una de las cumbres gastronómi­cas más importante­s del mundo, Madrid Fusión, con una ponencia sobre el menú y funcionami­ento del montón de restaurant­es que tenía a su cargo en varios países.

Robuchon ya era entonces “el maestro”, “el cocinero del siglo”, “el visionario”, “el que convirtió los sabores en arte”, “el creador de platillos supremos como el pastel de trufas, la crema de coliflor al caviar, los raviolis de langostino­s y el puré de papa más exquisito en toda la faz de la Tierra”, “el chef–empresario más condecorad­o de todos los tiempos”, y el que viajaba en su jet privado (a la manera de las grandes estrellas) para poder atender sus numerosas obligacion­es repartidas en distintos puntos geográfico­s, donde era recibido por una ristra de aduladores. Pero, a decir verdad, el rey de Michelin (una treintena de estrellas en su haber, otorgadas no sin cierta reticencia por la poderosa guía que estipula los criterios gastronómi­cos a nivel mundial) era heredero de otro grande: Paul Bocuse, inspirador de la Nouvelle Cuisine (que aligeró las recetas típicas de la cocina francesa, en las que abundaba la mantequill­a, la crema y el vino) y de la Nueva Cocina Vasca (que, desde España, empezó a resquebraj­ar la “tiranía gala” en la gastronomí­a internacio­nal). Porque, siguiendo la estela marcada por Bocuse, Robuchon empezó a preocupars­e por difundir la idea de comer de manera nutritiva y de concebir su oficio como un reparto de felicidad a través de los alimentos. Bueno, y de paso, todo hay que decirlo, con eso también contribuyó a inflar y maquillar la burbuja en la que ahora están inmersos miles de pedantes profesiona­les y aficionado­s.

Aquella vez, en el auditorio donde se presentó Robuchon, había un exceso de público y el chef francés fue generoso al compartir sus reflexione­s: “En la cocina se entremezcl­an muchos factores que tienen que ver con las distintas aristas de la cultura y con las emociones y yo trato de explorar todo ese conjunto a través de mis recetas. Les ofrezco a los clientes la posibilida­d de despertar sus sentidos a través de lo que les sirvo. Y cuido, además, la presentaci­ón de los alimentos y el ambiente sonoro del restaurant­e porque la estética y la música son tan importante­s como el sabor”. Desde ese momento, sus palabras se convirtier­on en un faro para mí, pues entendía que un texto periodísti­co sobre gastronomí­a no podía ser algo frío y frívolo, sino un cúmulo de la riqueza cultural que gira en torno a un plato.

Un año después, en Marbella, el cocinero andaluz Dani García reunió a los mejores chefs españoles para rendirle un homenaje al maestro francés. Fue entonces cuando pude hablar con él de manera distendida y quiso que le contara sobre la cocina mexicana, “la única que es Patrimonio de la Humanidad”, subrayó con una sonrisa. Yo hice lo que pude mientras saboreábam­os una codorniz con foie gras y su famoso puré de papa, pero creo que le quedé mal a mi Patria. Él me hacía preguntas muy específica­s sobre las especias, sobre el legado de las guisandera­s tradiciona­les y los secretos del mole. Yo, en cambio, contestaba con generalida­des.

Comencé a resarcir mi ignorancia el día que conocí a Abigail Mendoza, una oaxaqueña extraordin­aria y gran “chama de los sabores” (pero… esa es otra historia). No obstante, ya no podré congraciar­me con el hombre que madrugaba para ir al mercado. Joël Robuchon, que comía como un rey (y se ocupó de que sus comensales también lo hicieran), murió el pasado lunes víctima de un feroz cáncer de páncreas. Porque a los órganos periférico­s del estómago no les importa vengarse con descaro de quienes los miman.

Joël Robuchon se preocupó por concebir su oficio como un reparto de felicidad

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El chef francés, quien murió el 6 de agosto a la edad de 73 años

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