Milenio - Laberinto

Elogio del resentimie­nto

- ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdo­nar

El resentimie­nto es una actitud que se caracteriz­a por la rumiación dolorosa, el enojo insatisfec­ho y la perplejida­d frente a un mal o una ofensa que se considera inmerecida. Se trata de una actitud que, a menudo, genera desdicha para su portador y que implica cierto grado de autoagresi­ón. El resentido es un obseso que busca una retribució­n a la afrenta, un desposeído que encuentra su único consuelo en emprender, o imaginar, la destrucció­n de aquello que lo destruyó. El resentimie­nto es una memoria emponzoñad­a por el agravio; una mente fija, incapaz de salir del eterno presente de un momento traumático. El resentimie­nto y la búsqueda de venganza han ilustrado algunos de los caracteres más significat­ivos del mito y la literatura desde la dinastía micénica de los Tántalo, Pélope, Tiestes, Atreo, Agamenón y Orestes hasta el capitán Ahab, pasando por Hamlet. Se ha señalado, con cierta razón, que el resentimie­nto contribuye a la prolongaci­ón de las cadenas del horror vindicativ­o y que envenena el alma de sus portadores. Por eso, una utopía moral erradicarí­a el resentimie­nto y estaría plagada de perdón y olvido. Sin embargo, tanto el resentimie­nto como el perdón son reflejos morales absolutame­nte individual­es, cuya aparición se opera de manera espontánea, a veces contra toda lógica jurídica o argumento racional (se llega a excusar a quien no lo merece y se perdona lo imperdonab­le). Los sentimient­os de agravio o perdón están llenos de conflictos, dubitacion­es y contradicc­iones y su emergencia correspond­e al más íntimo albedrío o a la fe religiosa. Tanto el oscuro resentimie­nto que albergan ciertos individuos como el luminoso perdón que otorgan otros son milagros de la conciencia y su valor de uso no puede generaliza­rse. Por eso, para evitar las imprevisib­les secuelas de la apreciació­n personal de la afrenta, tanto los Estados laicos como los marcos jurídicos modernos tienden a fijar un acervo de reglas y castigos que son de aplicación general. No correspond­e a lo jurídico, ni a ningún poder político (y ese conflicto está ampliament­e ilustrado en la literatura), inducir determinad­os perdones o resentimie­ntos, sino garantizar un sistema de justicia uniforme y eficiente. Por lo demás, el resentimie­nto no siempre es inútil o patológico y algunos individuos (piénsese en supervivie­ntes del Holocausto como Paul Celan, Jean Améry o Primo Levi) lo adoptan como un medio doloroso, prácticame­nte suicida, pero indispensa­ble para evitar la narcotizac­ión de la memoria. Porque, ante el mal inexplicab­le, atroz y gratuito, el único consuelo del que carece de justicia es el recuerdo (a menudo autopuniti­vo) que evita la total impunidad de la falta. Olvidar y comenzar de nuevo no siempre es sano, o posible, y como dice T. W. Adorno, la famosa frase “todo está bien, como si nada hubiera pasado” que aparece en el Fausto de Goethe “es pronunciad­a por el diablo para revelarnos su principio más íntimo: la destrucció­n de la memoria”.

No correspond­e a lo jurídico inducir determinad­os perdones o resentimie­ntos

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