Milenio - Laberinto

La feminista que amaba sin saber por qué

- FERNANDO ZAMORA

Máquinas de escribir, cuerpos que se besan detrás de un lente vaporoso, poemasenof­f. Así ha decidido contar Natalia Beristain Los adioses, un fragmento de la vida de Rosario Castellano­s y Ricardo Guerra, uno de los mejores maestros de filosofía de México. Eso sí, al inicio de la película un letrero advierte que lo que estamos por ver es una “adaptación libre”. No se pretenda ver aquí la realidad: lo que quieren los creadores es presentar a Rosario Castellano­s desde la óptica feminista. Las actuacione­s son magníficas. Karina Gidi transmite la ansiedad de una mujer que ha tenido la desgracia de enamorarse de un patán y Daniel Giménez Cacho tiene todo para ser este patán. El problema está en el guión, que con tanto tac tac de máquinas de escribir, tantas escenas de sexo y tanto poema en off no se da tiempo de contextual­izar a estos personajes pues ¿quién es Rosario Castellano­s?, ¿quién Ricardo Guerra? El millennial tendrá que aprenderlo en Wikipedia porque Los adioses da pocas pistas.

Sabemos que Rosario Castellano­s escribe mucho, que es chiapaneca, que en un acto rebelde se cortó la trenza y poco más. De él sabemos por un diálogo que espeta Giménez Cacho que es “un filósofo chairo”; por otro, que se está ligando a una alumna que ha hablado “con el maestro José Gaos”. Si de lo que se trata, según el letrerito que también aparece al final de la película, es de presentar a Castellano­s como la protomárti­r del movimiento por la liberación de las mujeres, flaco favor le hacen enamorándo­la de un hombre sin saber por qué. Si supiéramos en cambio quién fue Ricardo Guerra, aunque fuese un poquito, si lo viéramos seduciendo a sus alumnas, pero no de forma vulgar, no con un jaibol en la mano sino con un discurso apasionant­e en torno a Marx o Kant o Hegel, podríamos entender que la feminista tuvo sus razones para enloquecer. No digo, por supuesto, que Ricardo Guerra fuese una perita en dulce para tratar a las mujeres pero no lo imagino teniendo envidia de Rosario Castellano­s como se deduce de más de una secuencia. Sin un auténtico contexto en torno a quiénes fueron para la cultura nacional Guerra y Castellano­s, la historia podría ser la de una mujer cualquiera y un hombre igual. Que ella escriba poesía resulta tan anecdótico como que él mencione de pasada a José Gaos. Por otro lado, lo anterior no obsta para seguir elogiando el incentivo fiscal de Eficine, que permite que en México siga creciendo una auténtica cinematogr­afía nacional.

Puede que Los adioses tenga fallas en el guión, pero es un producto con una manufactur­a excelente. Vale la pena recordar que hace 30 años el cine mexicano se distinguía por su mal sonido y su pésima fotografía. Realmente espero que el nuevo gobierno siga incentivan­do la producción de películas interesada­s en poner en escena a personajes como éstos y que siga habiendo creadores que quieran recrear el pasado en el que se basa la cultura del México moderno. Sí, el guión pudo trabajarse mucho más. Creo que basados en la correspond­encia entre la poeta y el filósofo el público pudo haberse encontrado con auténticas sorpresas que, además, hubieran apuntalado la postura feminista de Rosario Castellano­s, una mujer que, por ejemplo, tuvo la gracia de hacerse cargo de los hijos que Guerra tuvo

_ en otra relación. Pero la historia les quedó grande a los creadores de Los adioses. Tanto que parece el primer capítulo de una de esas series tan de moda que prometen mucho y entregan poco.

Rosario Castellano­s escribe mucho, es chiapaneca, y en un acto rebelde se corta la trenza

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Ilustració­n: Alfredo San Juan
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Los adioses. Dirección: Natalia Beristain. México 2018.

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