En estado de desgracia
Desde el inicio, Balada de los ángeles caídos se rinde al cliché: “La recordaba caminando al altar como marchan los ángeles, con un vestido tan blanco como la nieve y su cabello negro como plumas de cuervo”. Si a esta ramplonería sumamos una práctica menesterosa del lenguaje, queda una anécdota que tan solo satisface a los gustos educados en el videojuego.
Como esta columna debe cubrir 2 mil 400 caracteres, y hay muy poco que decir sobre Balada de los ángeles caídos, martirizo al lector con una muestra sucinta de algunas de sus picaduras: “Se desplazaba entre la multitudinaria delegación, el anonimato de estar rodeado de tanta gente”; “Sentía que el aire le faltaba, muerta de miedo como un cordero rodeado de lobos hambrientos”; “Fue ahí, cuando vio su mirada limpia, que el tiempo se detuvo”; “Apenas Mariana se alivió [es decir, parió] se casaron en la ruinosa Iglesia de Santa María”; “Muchos de los libros que leía del librero de don Ernesto ni siquiera sabía cómo se pronunciaban los nombres de los escritores”; “Sintió la paz precisamente que recordaba”; “Y fueron todos los días que vivió Mariana veintiocho años, y murió”; “Le daba pereza la sola idea de estarse ahí”.
Sobre este suelo fangoso se proyecta un argumento con miras políticas: un analfabeto ha llegado a la presidencia de México y ha promovido una cruzada antirreligiosa que se enfrenta a la resistencia armada de un grupo de católicos en Iztapalapa que se hace llamar los 14 ángeles. En manos de un auténtico novelista, la intolerancia, el fanatismo, la exclusión darían para una obra a la altura de La guerra del fin del mundo, pero ya que estamos frente a un torpe aprendiz debemos conformarnos con un largo rosario de sermones, amores melifluos y explosiones sentimentales, acompañado de algunas escaramuzas militares.
Balada de los ángeles caídos sirve tan solo para preguntarse por la condición de las editoriales en México. ¿Qué hace posible que un producto contrahecho despierte la ambición de un editor y llegue a las librerías? ¿Los todopoderosos
_ criterios comerciales deben por fuerza enemistarse con la calidad literaria? ¿En verdad hay lectores para un libro de 400 páginas que tiene la profundidad reflexiva y narrativa de una tira cómica? ¿No resulta todo esto indigno de una severa curiosidad?