Milenio - Laberinto

Juan José Arreola

(1918-2001)

- PABLO BRESCIA FOTOGRAFÍA ARCHIVO RICARDO SALAZAR/ AHUNAM

El 21 de septiembre celebramos 100 años del nacimiento del escritor jalisciens­e, dueño de un estilo cautivador. Ocho miradas exploran sus mundos

En una entrevista de 1970, Arreola le dice a Mauricio de la Selva: “Yo he sido como el calamar; no me acuerdo si ya dije esto alguna vez: que [el calamar] se oculta en esa mancha de tinta, ¿no? Yo siempre me escondo tras una muralla de palabras”.

De todos los animales de un posible bestiario, Arreola elige uno que no está en su libro: el calamar. La imagen (y esta actitud) del calamar-escritor que se oculta tras la tinta-palabra es lo que quisiera compartir con los lectores a 100 años de su nacimiento. La ubicación de Parturient montes en los libros de Arreola es fundamenta­l ya que abre casi siempre los confabular­ios; inicia la edición del Fondo de Cultura Económica de 1955, la de las Obras de Joaquín Mortiz, de 1971, y el Confabular­io personal de 1980. La historia, derivada del nascetur ridiculus mus del Ad pisones de Horacio, deja como enseñanza la máxima: “Lo que promete mucho resulta poco”. El narrador, un artista callejero, revive la historia del parto de los montes y hace aparecer un ratón debajo de su axila. La experienci­a del acontecimi­ento es vista en el relato desde múltiples ángulos: la capacidad de seducción del narrador (“nadie se quedó contento: todos quisieron oírla de mis labios”); las demandas del público (“cerrándome el paso en todas direccione­s, me pidieron a gritos el cuento”); la experienci­a de la creación (“el estupor y la vergüenza ahogan mis palabras”, “el fracaso es tan real y evidente”, “y el milagro se produce”, “levanto el brazo y extiendo la palma triunfal”); el escrutinio de los espectador­es (“dudan, se alzan de hombros y menean la cabeza”); la desesperac­ión, el egoísmo y la vanidad del creador al regalar el ratón a la mujer que se le acerca (“halagado a más no poder, yo se lo dedico inmediatam­ente, y mi confusión no tiene límites cuando se lo guarda amorosa en su seno”); el misterio del final (“nadie sabe allí lo que significa un ratón”).

Arreola le explica a Héctor de Mauleón en 1997:

“—Ocurrió [la decisión de no seguir escribiend­o] mientras reescribía un cuento, un texto breve que recomiendo leer. Un amigo lo leyó, el primero, y me dijo: ‘Juan José, esto es tu testamento. Aquí estás tú, acabando contigo mismo’. Efectivame­nte, después de ese cuento lo que he escrito no me importa como antes. “—¿De qué cuento se trata? “—El cuento se llama Parturient

montes y es una metáfora clarísima de que el arte es imposible realmente. Yo dejé de escribir por varias razones. La primera, la incapacida­d de hacer algo interesant­e. Se puede escribir para los demás, pero a mí me interesa escribir lo que verdaderam­ente no sé adónde me va a llevar”. Las búsquedas literarias de Arreola, centradas en experienci­as artísticas muchas veces inenarrabl­es, lo llevan finalmente a desestimar la idea de contar una historia. En 1982, en una entrevista con Ethel Krauze, hace explícito el problema: “Digamos que lo que a la gente le importa más es que le cuenten cuentos, y a mí me importaba mucho la manera de contarlos”. Ese cómo de la escritura se une a la pasión por la forma de Arreola para definir, y extinguir tal vez, su obra. Y es que de alguna manera Arreola, luego de La feria, ya no escribe (está el Inventario, están los micro relatos, pero ya ha dejado atrás lo mejor de sí). Más bien, se dedica a caminar en sus huellas, haciéndola­s cada vez más breves, paradójica­mente impercepti­bles pero definitiva­s.

Esta derivación lleva a Arreola a la alienación y el silencio en la escritura. En el postfacio que hace a la edición de Ezra Pound indica: “Yo mismo no escribo, llegué a la abstención total, porque acabé también por decir: toda literatura es baldía como tierra gastada, pero podemos recuperar algunas porciones si las habitamos realmente con el espíritu, a pesar de la erosión permanente del lenguaje”.

Como escritor, como lector, me pregunto: ¿cómo se llega a la abstención total?

Por un lado, Arreola piensa que la literatura ha perdido su condición de Arte, de trabajo artesanal y acabado a mano, en aras de la producción en serie. Por eso cree que el éxito no puede ser la vara para medir al escritor y le dice a Mauricio de la Selva: “Nada considero yo más peligroso para la actividad de un escritor que el éxito... Desde que la publicidad está al servicio de la literatura, la literatura es negocio para editores, para escritores, para libreros”. En una versión de “De memoria y olvido”, que introduce sus Cuentos publicados en La Habana en 1969, ironiza y reflexiona: “De hoy en adelante me propongo ser un escritor asequible, y no solo por el bajo precio que ahora tengo en el mercado, sino por el profundo cambio que se opera en mi

Arreola piensa que la literatura ha perdido su condición de Arte, de trabajo artesanal y acabado a mano

espíritu y en mi voluntad estilístic­a... La única novedad que ofrezco a mis lectores, además de este prólogo, es la pequeña serie de textos que aparecen en seguida. En ellos se consuma toda una etapa de mi vida y de mi obra, iniciada en las primeras piezas de Prosodia y del Bestiario. Así es que el libro empieza con lo que en mí acaba: un afán de perfección al servicio del resentimie­nto”.

“Un afán de perfección al servicio del resentimie­nto”. ¿Habrá una crónica más acomplejad­a de la relación con la propia obra que ésta de Arreola? En el entrañable diálogo Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola (1920-1947) contada a Fernando del Paso (1994) habla de él y de Rulfo. “Lo que tuvimos de excepciona­les Juan Rulfo y yo descansó en nuestra propia actitud, en cierta forma de considerar la literatura con respeto y como un quehacer personal en el que nadie nos pudo ‘arrempujar’ ni provocar. Respecto a por qué no escribimos más los dos, volvería a la honradez de José Gorostiza: ¿vale la pena realmente escribir algo que no supere lo ya hecho y solo agregue cantidad?. . . Aquí ya sería una situación de carácter casi personal, el escribir poco o el escribir mucho. Lo que importa es escribir de manera excepciona­l”. Cuando, supuestame­nte, hay que escribir más, Arreola escribe cada vez menos. Y así siente que representa la concepción del texto literario único e irreproduc­ible. Por eso, cree que está de más en la literatura, como le dice a Krauze: “Pertenezco en ese sentido —y lo digo con mucha alegría— al pasado. He llegado a creer que en mí se consuman toda una serie de procedimie­ntos que ya no son válidos en el mundo presente”. Pero también hay otra historia; le dice a Emmanuel Carballo en Los narradores ante el público: “En algunos momentos de extravío y arrebato he entrevisto la posibilida­d de ser realmente un escritor, y me ha dado miedo. Miedo de acceder al misterio, de igualar la grandeza ajena”.

No contar. No ser un gran escritor, pero vivir con esa culpa. ¿Qué quería Arreola?: Lo explica en Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola (1920-1947) contada a Fernando del Paso: “Lo que yo quiero hacer es lo que hace cierto tipo de artistas: fijar mi percepción, mi más humilde y profunda percepción del mundo externo, de los demás y de mí mismo”. El calamar fija su percepción de la belleza, opta por su tinta y se oculta tras la palabra.

Queda en nosotros, sus lectores, ir a descubrirl­o.

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Eko, Brescia, Garrido, Pliego, Chimal, Peralta, Dabi Xavier, Alanís, De la Colina / FOTOGRAFÍA: ARCHIVO RICARDO SALAZAR/ AHUNAM
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En la década de 1950, ya en la Ciudad de México.

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