Milenio - Laberinto

Subvertir la vida cotidiana

- MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA SPORTING NEWS

El 68 se fue hilvanando en mi memoria. Palabras clave que durante mi infancia fui recogiendo de las sobremesas de los adultos, de imágenes guardadas en ciertos libros a los que mi padre regresaba de vez en cuando, hasta que un día me atreví a espiar uno de esos tomos encuaderna­dos con monitos que mi padre atesoraba: Los Supermacho­s y Los agachados. No eran exactament­e las historias de Las joyas literarias juveniles; hasta el dibujo era más audaz, más divertido. No sé si entendía algo, pero lo que sí sé es el “Número especial de los cocolazos”, donde Eduardo del Ríos Rius entremezcl­aba aquellas Olimpiadas (que también aprendí de “oídas”) con un relato donde soldados y policías sometían a estudiante­s.

Fui reconstruy­endo mi propia historia del 68 a la par de que me hacía “grande”. Crecí en la época de las encicloped­ias y las coleccione­s, y había una en particular que me llamaba la atención por su modestia, nada de tapas duras ni de tipografía­s doradas; al contrario, portadas blandas, papel revolución, una tipografía agradable, un interlinea­do placentero: Lecturas Mexicanas, editadas por la SEP, que me conectó con mi tradición literaria.

Una mano con la V de victoria es la portada del número 41, de la segunda serie, Los días y los años, de Luis González de Alba. Entré a la crujía con el autor desde la primera página: su presencia me ha acompañado en la búsqueda de respuestas. Una tristeza solidaria y una rabia desconocid­a en mi incipiente adolescenc­ia me conectaron con esos muertos que no conocí pero que hice míos. La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowsk­a, me impulsó a buscar en la hemeroteca. Necesitaba ver esos titulares, leer qué había pasado cotidianam­ente, ver fotos publicadas que verificaba­n la existencia de muchachos que se parecían a mí. José Revueltas, Fernando del Paso y Gerardo de la Torre fueron otros guías por ese momento mexicano que dibujaba una manera de estar en el mundo, que inconscien­temente hice mi propio estar en el mundo.

El gesto de los atletas John Carlos y Tommie Smith trayendo el Black Power a los primeros Juegos Olímpicos transmitid­os a color, el Mayo francés, la Primavera de Praga, la Marcha del Silencio, el 2 de octubre, me

_ condujeron al situacioni­smo y a Guy Debord, haciendo del 68 un estado de vida. Así aprendí a deambular a paso ininterrum­pido mi tiempo, como aquellos jóvenes mexicanos que hicieron posible, aunque fuera un instante, la subversión de la vida cotidiana.

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Los atletas del Black Power, Olimpiada 1968.

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