Milenio - Laberinto

La tumba de aquel presidente

- RODRIGO HERNÁNDEZ LÓPEZ

Aquí no hay consignas ni gritos, lo único que se escucha es la voz de la historia. El lunes 16 de julio de 1979, aquí fueron depositado­s los restos de Gustavo Díaz Ordaz Bolaños, responsabl­e de la masacre en la Plaza de la Tres Culturas, en Tlatelolco. Habían transcurri­do 3 mil 939 días de los hechos del 2 de octubre de 1968 cuando su cuerpo descendía a una fosa del Panteón Jardín, en el kilómetro 14 del Camino al Desierto de los Leones, en la delegación Álvaro Obregón de la Ciudad de México.

El periódico El País publicó una nota necrológic­a: “uno de los personajes más controvert­idos de la política mexicana falleció el domingo, a los 68 años de edad, de cáncer de hígado”.

En su tumba, un tanto descuidada, cinco pinos alineados flanquean las losas de mármol que forman una cruz; un florero reposa en la parte inferior. Ahí están enterrados el ex presidente de México, su esposa Guadalupe y su hijo Alfredo. Del lado izquierdo, en una placa de metal, se lee: “Gustavo Díaz Ordaz. Presidente de México. 1964–1970”.

La de Díaz Ordaz se encuentra a cuatro niveles del “mayor atractivo turístico” del panteón: la tumba de Pedro Infante. En el mismo cementerio están las de Jorge Negrete, Javier Solís, Germán Valdés Tin Tan y Cantinflas, evocados con un cariño y una admiración que no tiene Díaz Ordaz.

Aquí, tal vez, nadie recuerda las palabras del presidente que en su Cuarto Informe de Gobierno, el 1 de septiembre de 1968, en la Cámara de Diputados, ante un público fervoroso, dijo: “En el mes de julio, en la ciudad de Puebla, dos grupos estudianti­les, no por ideales o banderas universita­rias, sino por diferencia­s internas, tienen un encuentro violento, que se prolonga por varias horas, con el resultado de un estudiante muerto y varios heridos por arma de fuego.

“La policía no interviene.

“Los estudiante­s protestan por la no intervenci­ón de la policía y acusan de lenidad al gobierno.

“Unos cuantos días después, en el mismo mes de julio, en la Ciudad de México, dos grupos de estudiante­s, también por cuestiones netamente internas, sin banderas ni ideales universita­rios, tienen varios encuentros violentos que obligan a intervenir a la policía.

“Los estudiante­s protestan, entonces, porque la policía interviene y la acusan de crueldad, lo mismo que al gobierno.

“El dilema es, pues, irreductib­le: ¿debe o no intervenir la policía?

“Se ha llegado al libertinaj­e en el uso de todos los medios de expresión y difusión; se ha disfrutado de amplísimas libertades y garantías para hacer manifestac­iones, ordenadas en ciertos aspectos, pero contrarias al texto expreso del artículo 9 constituci­onal; hemos sido tolerantes hasta excesos criticados; pero tiene su límite y no podemos permitir ya que

_ siga quebrantan­do irremisibl­emente el orden jurídico, como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo”.

No, aquí, en el Panteón Jardín, no hay aplausos, tampoco flores. Solo silencio y un recuerdo cubierto de sangre.

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