Milenio - Laberinto

¿Qué con los muertos del movimiento?

- CARLOS MARÍN FOTOGRAFÍA FOTOTECA MILENIO

Con mi compañero de páginas Joel Ortega Juárez, quien hace 50 años era un activo cuadro de las juventudes del entonces proscrito Partido Comunista Mexicano, comparto el gusto de recordar con alegría, no con resentimie­nto, lo que vivimos hace 50 años en el movimiento estudianti­l (en eso coincidían también, por cierto, nuestros queridísim­os Luis González de Alba y Marcelino Perelló, centellean­tes entre el puñado de líderes históricos del Consejo Nacional de Huelga).

En su libro Adiós al 68 (recién salido del horno), Joel propone terminar de digerir el significad­o y cerrar el capítulo que marcó nuestras vidas y las de millones de mexicanos.

Los dos somos repelentes a los martirolog­ios y a la victimitis y nos desencanta­n las rolleras conmemorac­iones anuales en las que se cuelan demandas facciosas y se enarbolan banderas que tergiversa­n el sentido festivo y libertario de aquel tumultuari­o despertar.

José Luis Martínez S. me pide un texto sobre el 68, y retomo algo que conversé en estos días con Joel para El asalto a la razón de Milenio TV (emisiones de lunes 1 a jueves 4 de octubre) y que comenté con Braulio Peralta y Gerardo Estrada en una charla propiciada, el pasado lunes 24, por la Universida­d Autónoma Metropolit­ana: ¿qué con los muertos del movimiento?

En 1993 me invitaron a una reunión de ex líderes del CNH, al que junto con Óscar Hinojosa (murió siendo director de El Universal años después) fui delegado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. ¿Propósito? Acordar una manera de conmemorar los primeros 25 años de aquellas jornadas estudianti­les.

La reunión fue en una casa por el rumbo de la Glorieta de los Lobos (Universida­d y Miguel Ángel de Quevedo); acudimos una veintena, lo mismo célebres que padecieron Lecumberri y el exilio, que otros anónimos y afortunado­s como yo.

Me preguntaro­n lo que se me ocurría y sugerí se hiciera una convocator­ia nacional en prensa y radio a los deudos del 68 para que nuestra aportación fuera una cifra de muertos más precisa y actualizad­a que las que hasta la fecha circulan.

Hagamos también, propuse, una recuperaci­ón hemerográf­ica, desde los 500 que inventó Oriana Falacci, pero también las cifras manejadas por los diarios y la prensa extranjera; las procuradur­ías General de la República y capitalina; las de las cruces Verde y Roja; las del Ejército y Gobernació­n; las estimadas por los líderes de entonces o lo dicho por el ex presidente Gustavo Díaz Ordaz (“pasaron de 30 y no llegaron a 40…”).

No, se me atajó. “Hay mucho miedo”.

¿25 años después? No lo creía. Insistí sin éxito y se aventuró: hagamos un monumento.

Los monumentos petrifican los movimiento­s, dije, pero nadie me hizo caso.

Se impuso la idea de dedicar “una estela” en Tlatelolco a los muertos el 2 de octubre.

No, dije ahora yo: también hubo muertos en el Casco de Santo Tomás y otros lugares.

Perdí la discusión.

Se impuso la idea del monumento y tres años después vencí mi resistenci­a

_ y fui a la Plaza para conocer lo que se había hecho.

Y allí estaba la estela con tristes 21 nombres.

“¡Pendejos!”, pensé. “Ni siquiera salieron los que afirmó Díaz Ordaz”.

Sugerí se hiciera una convocator­ia nacional en prensa y radio a los deudos del 68

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Granaderos impiden el paso a un manifestan­te.

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