Milenio - Laberinto

Dos recomendac­iones

- JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA AFP

la vida privada. Cambiaron la taxonomía de la contienda y la concepción política. Antes de su irrupción, la vida privada era un fuero cerrado: una vez traspuesta la puerta de la casa, el mundo era ajeno y pertenecía al Estado. A partir de 68, poco a poco, el espacio personal se continúa en espacio cívico y la frontera de lo otro, lo ajeno, el enemigo, queda en los portales de las institucio­nes de gobierno.

El distingo consiste en quién es el depositari­o del derecho: el Estado representa a todos, pero los ciudadanos que están en la calle, aunque no represente­n a todos, son cada uno un caso real de ese derecho. El todos del Estado perdió su primer lugar. El ciudadano específico podía ganar la batalla al Estado.

El derecho de propiedad privada consiste en la exclusivid­ad del uso o disfrute de algo; la propiedad pública alcanzó la claridad básica: consiste en el derecho de no ser excluido del uso o disfrute de las cosas públicas. Jurídicame­nte, no había duda: así era. En todos lados, incluso Praga, los estudiante­s y las mujeres tomaron las calles y mostraron que la población civil era la propietari­a real, no el Estado, de las cosas públicas. Desde 1968, el Estado no puede desplegar fuerzas represivas sin perder legitimida­d.

Con todo lo insoportab­les que resultan los heroísmos victimista­s, eso hicieron los jóvenes y las mujeres, en 1968. Los gobiernos reaccionar­on de

_ mal modo, con su inagotable brutalidad; perdieron legitimida­d y tuvieron que recluirse a un lugar del que no debieran salir: los gobiernos deben aprender a obedecer. O eso creíamos, antes de ser barridos por los antilibera­les.

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Mujeres en una manifestac­ión durante el Mayo francés.

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