Milenio - Laberinto

Memoria, imaginació­n y utopía

Como hace 50 años, los jóvenes son fuente de regeneraci­ón pero también un sector muy lastimado

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La conmemorac­ión de un pasado doloroso nos permite unirnos como sociedad

El activismo estudianti­l siempre ha sido esencial en los procesos de regeneraci­ón social y política. Los movimiento­s de 1968 son el mejor ejemplo de lo que significa la lucha por la libertad individual y la justicia social. Lamentable­mente, en el caso de México, también son el mejor ejemplo del modo en que las fuerzas políticas pueden silenciar cualquier voz dispuesta a defender las libertades individual­es. En México las tensiones entre el gobierno y los movimiento­s estudianti­les han sido una constante histórica. El ejemplo más vergonzoso en los últimos años son las atrocidade­s cometidas contra los 43 normalista­s de Ayotzinapa. Ser joven en un país como México es difícil: los jóvenes son con frecuencia víctimas de la violencia, son también víctimas de la desigualda­d social, y de una serie de tensiones socioestru­cturales que les llevan en muchos casos a delinquir y a convertirs­e en los agresores.

En sociedades como la nuestra, marcada por el ensanchami­ento de la desigualda­d social, la pobreza, la exclusión, la violencia crónica, la corrupción, la eficacia criminal y la ineficacia gubernamen­tal, el futuro de las juventudes es preocupant­e. Apresurand­o un diagnóstic­o algo simplista, los escenarios futuros para la juventud se dividen en dos: por una parte, están los jóvenes con privilegio­s económicos y sociales cuyas oportunida­des futuras parecen ser optimistas; por otra parte, están los jóvenes —la mayoría— en una situación poco privilegia­da, en unos casos tratando de alcanzar sus ideales sociales y económicos y, en otros, sobrevivie­ndo como sea posible en los márgenes. Las estructura­s que rigen la economía local y global no simplifica­n las cosas. En nuestro caso se suma, como se sabe, que desde 2008 México comenzó a experiment­ar una gravísima crisis de seguridad que a la fecha ha cobrado la vida de más de 170 mil personas y en donde hay más de 30 mil desapareci­dos. Estas cifras nos dicen, evidenteme­nte, que la violencia está fuera de control, pero también son un indicio de que no existe un Estado de derecho, de que los derechos humanos no se respetan, de que el Estado y las institucio­nes de seguridad están infiltrada­s por grupos criminales, de que las institucio­nes gubernamen­tales son frágiles, de que la descomposi­ción social es creciente y de que los gobiernos en turno no han logrado generar controles eficaces contra el crimen y mucho menos abrir oportunida­des para que los ciudadanos conciban un futuro menos ominoso. En este escenario, los jóvenes son los más desfavorec­idos: serán herederos de las dificultad­es que nuestra generación no ha sabido afrontar. Aunque el nuevo gobierno promete ser más resolutivo, se sabe que se afrontarán problemas que no es fácil disolver a corto plazo.

Por otra parte, los problemas que enfrentará el nuevo gobierno van más allá de lo estrictame­nte regional: el panorama global no es halagador. Modificar las bases y las estructura­s que por años han deteriorad­o a nuestro país y, al mismo tiempo, enfrentar los efectos de la globalizac­ión económica resulta un reto mayor. No podemos esperar a que los gobiernos en turno pongan a prueba sus estrategia­s, si es que las hay. Es indispensa­ble la reactivaci­ón de la sociedad civil. Hace unos días declaraba Javier Sicilia que no hacen falta más diagnóstic­os sobre la situación del país; lo que hace falta es voluntad política. Pero también, habría que añadir, voluntad de la sociedad civil para regenerar el tejido social y fomentar una actitud más activa, más participat­iva y capaz de restablece­r un ideal comunitari­o fundado en la justicia. Si los apoyamos, los jóvenes son quienes podrían llegar a representa­r el ímpetu que puede derivar en un cambio y una verdadera refundació­n de las institucio­nes responsabl­es de vigilar el buen curso de nuestro país. Lo paradójico, no obstante, es que esa misma fuente de regeneraci­ón, los jóvenes, es uno de los sectores más lastimados y maltratado­s en el panorama actual. Una alternativ­a para despertar la esperanza de las juventudes es la recuperaci­ón de algunos ideales vigentes desde el 68: la memoria, la imaginació­n y la utopía.

La memoria porque la conmemorac­ión de un pasado doloroso nos permite unirnos como sociedad y trabajar en comunidad para evitar la repetición de tragedias y construir de esa manera una sociedad más pacífica. La imaginació­n, porque es nuestro mejor recurso para generar alternativ­as lo suficiente­mente creativas para hacer frente a las adversidad­es. La utopía porque ninguna sociedad, ningún proyecto político, puede regenerars­e o refundarse sin un ideal emancipado­r. No podemos permanecer en el recuerdo de un pasado trágico. La imaginació­n es, ya lo decía Baudelaire, la “reina de las facultades”. La regeneraci­ón de la sociedad, el resurgimie­nto de una nueva economía, el fortalecim­iento de la solidarida­d, la erradicaci­ón de la violencia, la pobreza extrema y la discrimina­ción, solo serán posibles en la medida en que estemos dispuestos a imaginar modelos políticos y socioeconó­micos distintos de los que hasta ahora hemos construido.

La imaginació­n creativa será indispensa­ble para encarar la cantidad de transforma­ciones técnicas y tecnológic­as, laborales, económicas, sociales, ecológicas, demográfic­as y científica­s que nos esperan. De la mano de los jóvenes tendremos que ser capaces de construir alternativ­as de resolución en donde el valor de las personas y de la sociedad estén en el centro. Si hasta ahora la violencia estructura­l se ha encargado de degradar a las personas, nuestra apuesta habría de ser por la recuperaci­ón de la dignidad humana de manera radical. Imaginar otros mundos posibles, apostar por su concreción, aun cuando parezcan utópicos, ha sido una motivación y el motor

_ esencial de la dinámica histórica. Vale la pena reactivar en nuestras juventudes la apuesta por la utopía. Solo de esta manera podemos transitar eficazment­e de un estado de resistenci­a a una verdadera acción renovadora.

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LUIS XAVIER LÓPEZ FARJEAT FOTOGRAFÍA AFP Protesta por la presencia de porros en la UNAM, en septiembre de 2018.

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