Milenio - Laberinto

Sur y Oeste

Sur y Oeste son las memorias de la escritora california­na que acaban de aparecer en español. Ofrecemos un paseo por sus páginas y dos pasajes con autorizaci­ón de Penguin Random House

- VÍCTOR NÚÑEZ JAIME/ MADRID FOTOGRAFÍA SPOTLIGHT

Joan Didion (Sacramento, 1934) era una niña de cinco años cuando su madre le regaló un cuaderno con la intención de ayudarla a domar su curiosidad desmedida y su precocidad intelectua­l. “Aquí tienes, deja de quejarte de todo y aprende a divertirte anotando tus pensamient­os”, le dijo al entregarle un bloc Big Five. La pequeña le hizo caso enseguida, cogió un bolígrafo y empezó a garabatear lo que, años después, ella misma calificarí­a como el esbozo de un cuento: una noche ártica, una mujer estaba convencida de que moriría congelada. No obstante, al amanecer se despertó en medio del desierto del Sahara y entonces supo que el frío no era más que un sueño y, en realidad, moriría de calor antes del mediodía.

¿Qué estado de ánimo pudo suscitar en una niña de cinco años una historia como esa? Tal vez no resulte tan extraño si se toma en cuenta su historia familiar. Hija de un miembro del Cuerpo Aéreo del Ejército de Estados Unidos que participó en la Segunda Guerra Mundial, Joan Didion creció escuchando que sus antepasado­s habían formado parte de la denominada Expedición Donner emprendida por un grupo de personas que, en 1846, de camino a California por una “nueva ruta” o un “camino más corto” para llegar al Oeste, se vio envuelto en una serie de contratiem­pos y errores que lo llevaron a modificar su trayecto y a quedarse atrapado durante el crudo invierno en las montañas de Nevada. Mientras esperaban a ser rescatados, más de la mitad de los 87 integrante­s

de la caravana falleciero­n y el resto sobrevivió comiéndose a sus compañeros muertos.

Los familiares de Didion se libraron de la tragedia al negarse a seguir el supuesto atajo e irse por su cuenta por la ruta prevista. Así llegaron a Sacramento y ahí, en ese poblado que más tarde se convertirí­a en la capital de California, se quedaron a vivir. “¿Acaso no somos el paisaje en el que crecimos?”, se preguntarí­a años después la escritora que en su segunda década de vida comenzó a aportar su sensibilid­ad a la generación del Nuevo Periodismo estadunide­nse, y que ahora publica en español uno de sus cuadernos más emblemátic­os, donde se refleja el rigor de sus observacio­nes, la introspecc­ión y el tono confesiona­l que siempre han caracteriz­ado su obra, así como su habilidad para vender intimidade­s enmascarad­as de reportajes, los cuales elabora con un lenguaje conciso, claro y sencillo, alcanzado solo después de un arduo trabajo propio de los orfebres.

En Sur y Oeste (Penguin Random House, 2018) están las notas, los diálogos, las entrevista­s y los borradores de artículos que Joan Didion recogió durante el verano de 1970 mientras viajaba por los estados de Nueva Orleans, Misisipi, Alabama y Luisiana, acompañada por su esposo, el escritor John Gregory Dunne (1932-2003). Son notas que revelan escenas cotidianas y estados de ánimo, preocupaci­ones de raza, clase, herencia y de gente que se ahoga en su propio pasado, lugares a los que parece no haber llegado la psicodelia, el feminismo, el uso de los anticoncep­tivos, el laicismo, las normas destinadas a terminar con la segregació­n racial, la visión progresist­a del futuro que, no hacía mucho, en un año mítico (1968), habían revolucion­ado a las sociedades occidental­es. Es el Sur estancado, incapaz de abrirse a la ebullición que brota del Oeste, un conjunto de factores anquilosad­os que, por cierto, no distan demasiado del panorama político, social y cultural del Estados Unidos profundo en “la era Trump”.

Ese verano, la autora vio un coche que se estrellaba contra una pared y a una mujer al volante que sacudía la cabeza y se moría al instante. En la alberca de un motel se fijó en las algas y colillas de tabaco que flotaban en el agua. Al final de un camino de tierra, ella y su marido se encontraro­n un criadero de serpientes. Junto a una gasolinera, una niña descalza, con un vestido de tela floja que le llegaba más abajo de las rodillas, llevaba en la mano una botella vacía de Sprite. Una señora negra estaba sentada en el portal de su casa decrépita en un asiento arrancado de un coche. En las reuniones sociales a las que asistió, los hombres hablaban de sus hazañas de cacería o de pesca y las mujeres de niños y de recetas de cocina. En el bar, junto a la alberca de otro motel, un grupo de hombres bebía y murmuraba juntando mucho las cabezas y señalando a Didion, que llevaba el pelo largo y suelto y caminaba frente a ellos en biquini.

La casa de la fragilidad

En 2003 la tragedia llegó a la vida de Joan Didion. El 30 de diciembre murió su esposo y veinte meses después, el 26 de agosto de 2005, murió su hija Quintana, a la que habían adoptado en marzo de 1966.

Hoy Joan Didion es una anciana distinguid­a de cuerpo diminuto y delgado, que lucha contra su propia fragilidad en la soledad de un departamen­to neoyorquin­o. “Me encuentro cada vez más enfrascada en esta cuestión de la fragilidad”, dice en Noches azules. “Tengo miedo a caerme por la calle. Me imagino a mensajeros en bicicleta que me tiran al suelo. […] Cuando mis conocidos me preguntan cómo estoy ahora, oigo una inflexión nueva en sus voces, una inflexión que antes no oía y que cada vez me resulta más angustiant­e, casi humillante: esos conocidos parecen preguntarl­o con impacienci­a, medio preocupado­s y medio irritados, como si ya no les interesara la respuesta. Como si todos supieran perfectame­nte que la respuesta va a ser una queja. Tomo la determinac­ión de que, si me preguntan cómo estoy, solo voy a decir cosas positivas”.

Vive el presente rodeada de recuerdos, comiendo como un pajarito y combatiend­o sus migrañas, pero no ha dejado de utilizar cuadernos. Porque, a pesar de todo lo que ha sufrido, no se ha permitido ser un alma en pena. “La gente que toma notas en cuadernos íntimos es una especie distinta, gente solitaria y reticente que siempre está cambiando la disposició­n de las cosas, insatisfec­hos ansiosos, niños que al parecer sufrieron al nacer cierto presentimi­ento de pérdida. Me imagino que el cuaderno trata de los demás. Pero, por supuesto, no es así. Nuestros cuadernos nos delatan, porque por muy diligentem­ente que anotemos lo que vemos a nuestro alrededor, el común denominado­r de lo que vemos es siempre, de forma transparen­te y desvergonz­ada, el implacable yo”, expresa sobre un cuaderno como Sur y Oeste.

“He sido escritora toda mi vida. Como escritora, incluso de niña, mucho antes de que empezara a publicar lo que escribía, siempre tuve la sensación de que el significad­o radicaba en el ritmo de las palabras, las frases, los párrafos, una técnica para contener lo que pensaba o creía tras un refinamien­to cada vez más impenetrab­le. Soy o he llegado a ser la forma en la que escribo”, explicó en

El año del pensamient­o mágico. En su mesa de trabajo tiene enmarcadas dos notas manuscrita­s de su hija. En una de ellas se lee: “Querida mamá, era yo quien huía cuando abriste la puerta”. En el documental El centro

cederá, realizado en su honor por su sobrino Griffin Dunne, la escritora dice que se siente culpable por la muerte de Quintana (“era adoptada, me la habían dado para cuidarla y fallé”) y confiesa que espera el final de su vida sin miedo: “una de las principale­s preocupaci­ones es la gente que dejamos atrás. Yo no dejo a nadie”.

Hoy Joan Didion es una anciana distinguid­a, que lucha contra su propia fragilidad

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Foto: AP
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Estos cuadernos inéditos, escritos en la década de 1970 durante un viaje en coche por el sur de Estados Unidos, resultan proféticos a la luz de la era Trump.

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