Milenio - Laberinto

“Me gustan los relojes antiguos, no sé por qué”

- ALEJANDRO GARCÍA ABREU FOTOGRAFÍA ENRIQUE VILA-MATAS

Uno siempre piensa que la literatura y los guardatiem­pos son mecanismos de alta precisión

Borges, Bioy Casares, Cervantes, Carlo Levi, Italo Calvino, Lisboa y hasta los Rolling Stones aparecen de improviso en esta conversaci­ón con el escritor catalán en la que refulgen no solo sus certezas creadoras sino la duda perenne sobre el tiempo y la finitud del ser

Recibo una imagen que Enrique Vila–Matas (Barcelona, 1948) me envió desde la capital de Cataluña. Es una fotografía de un reloj Erwin Sattler que el escritor tomó en un escaparate ginebrino. La maison alemana destaca el balanceo rítmico de sus péndulos y sus diseños atemporale­s. El ritmo y la atemporali­dad no resultan ajenos a la obra del escritor. En entrevista telefónica desde Barcelona, Vila– Matas conversa sobre los relojes y el sentido del tiempo.

¿Cuál es el origen de tu gusto por los relojes antiguos, constatado por la fotografía que me enviaste?

Me gustan los relojes antiguos, no sé por qué, y al ver el escaparate de esa tienda hice la foto. La Grand– Rue de Genève es donde nació Jean– Jacques Rousseau y donde vivió Jorge Luis Borges. Fui a caminar por allí con Paula de Parma. Es un agradable descenso hacia el lago. El escaparate de aquella tienda era magnífico. Vi ese reloj incomprens­ible e instintiva­mente hice la foto. “Hay que dar tiempo al tiempo”, se dice en El Quijote; no se puede escribir mejor.

Estudiosos de Borges afirman que, en una conferenci­a, sacó un reloj del bolsillo. Intentó ver la carátula a una distancia tan mínima como a la que trabajan los maestros relojeros.

No sabía. Recuerdo que Borges escribió en 1937: “Shakespear­e —según su propia metáfora— puso en la vuelta de un reloj de arena las obras de los años”. Hay que ser Borges e ir cada noche a cenar a casa de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares para poder escribir una frase como esa.

Escribiste sobre Lisboa: “Tierra adentro, está el British Bar, con su reloj con los minuteros al revés”.

Ese reloj sigue ahí, en ese bar de marineros y de mala muerte. Lo filmó Wim Wenders para El estado de las cosas, una película en la que esa pieza es metáfora de la relación extraña de Lisboa con el tiempo. Aún me acuerdo de cuando evoqué ese reloj al revés: “Reloj del British Bar, a unos pasos de Cais de Sodré, donde un reloj municipal —con la leyenda hora legal— marca, en clara oposición a la del British, la hora oficial”. Y tal como escribí, también tierra adentro, encontramo­s el Alto da Graça y, descendien­do, a la deriva, como hay que viajar siempre, la Cervejaria Trindade, y más allá de todo, el rincón más elegante de la Tierra: el jardín del Museo de las Janelas Verdes, espacio raro donde un camarero negro de smoking blanco servía en silencio el cocktail Janelas Verdes Dream. Parece que fuera ayer. Pero hay relojes que lo desmienten. Todo en Lisboa queda al final desmentido. Es una ciudad fascinante. Allí el tiempo es solo el tiempo extraño de la ciudad de la saudade.

Tras la recepción de la imagen del reloj Erwin Sattler me remití a Mac y su contratiem­po: “Nos quedamos en silencio unos segundos y recuerdo que solo oíamos el tic tac angustioso de un reloj que siempre tuve por sigiloso”.

Déjame que consulte mi libro. [Vila–Matas pausa la conversaci­ón para extraer el ejemplar de un estante de su biblioteca.] Sí, mira. Antes de relatar el episodio angustioso al que te refieres, escribí: “Quizá en lo del reloj no haya repetición, me digo, sino una misma hora cayendo a todas horas: la vida vista como una sola tarde, como una tarde elemental, anodina; gloriosa en contadas ocasiones, y ni aun así dejando de perder su tono grisáceo de fondo”.

Pienso en Perder teorías, libro en el que escribiste: “La escritura vista como un reloj que avanza”, tercer punto de la teoría de la novela concebida por el protagonis­ta, Samuel Riba.

El punto que destacas sobre el tiempo es fundamenta­l. Es indisociab­le de los otros cuatro puntos de la teoría concebida por Riba. La “intertextu­alidad” —escrita entrecomil­lada—. Las conexiones con la alta poesía. La victoria del estilo sobre la trama. La conciencia de un paisaje moral ruinoso.

“El reloj es el primer símbolo de Shandy, bajo su influjo es engendrado y comienzan sus desgracias, que son una sola cosa con ese signo del tiempo. La muerte está escondida en los relojes, como decía Belli”, escribió Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio, citando a Carlo Levi, autor de El reloj.

El planteamie­nto de Carlo Levi citado por Italo Calvino —en una conferenci­a en la que destacó algunos valores o cualidades o especifici­dades de la literatura que le resultaban particular­mente queridos— pertenece a la estela shandy. Levi se refirió al “abstracto tiempo que rueda hacia su fin”.

Recuerdo las campanadas del reloj de la madre de los Tenorio en Lejos de Veracruz, el libro de Manès Sperber visto como “un reloj parado en la hora del sol y de la muerte” en El traje de los domingos, el envío a Sophie Calle de la imagen del reloj del British Bar en Porque ella no lo pidió. ¿Cómo vinculas la literatura con los relojes?

También está el reloj lento de Mayol en El viaje vertical. Quizá el tiempo solo pertenece a los libros y a los relojes. Uno siempre ha pensado que

_ la literatura y los guardatiem­pos son mecanismos de alta precisión, pero el propio paso del tiempo nos permite dudar de ello. Me gusta una canción de The Rolling Stones, solo por su título: “El tiempo no espera a nadie”.

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Fotografía tomada en un escaparate de la Grand–Rue de Genève, Suiza.

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