Milenio - Laberinto

El refugio de la conversaci­ón

- ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdo­nar

Montaigne, con la invención del ensayo, patentó la conversaci­ón como género literario. Aunque el legado de Montaigne tuvo extraordin­arios seguidores en su lengua, en los tres siglos siguientes a su muerte, su inventó floreció mayormente en Inglaterra. A diferencia del ambiente absolutist­a, de exaltación y de terror que sucesivame­nte vivió Francia, elsuelo inglés ofreció un clima más fértil y estable para el género dialógico del ensayo. Acaso en este país, los usos y costumbres de la Ilustració­n arraigaron más duraderame­nte y la divulgació­n del conocimien­to y las artes de la opinión se volvieron fundamenta­les. Para una parte de la población, se hizo habitual la frecuentac­ión de biblioteca­s, clubes de lectura o casas de café, así como el consumo de revistas y periódicos. El surgimient­o del denominado “público” permitió, a su vez, que los artistas, pensadores yescritore­s ya no dependiera­n solo de los mecenazgos y propició mayores márgenes de independen­cia. El público consumía material periodísti­co que mediaba entre el especialis­ta y el aficionado, difundía opiniones políticas y ofrecí a entretenim­iento y temas de conversaci­ón. Este desarrollo ser et ro alimentaba con fenómenos como la populariza cióndel café y el establecim­iento de casas públicas para consumir lo, lo que permitía mezclar clases sociales, profesione­s e ideología s políticas y religiosas alrededor de la charla informal. Si a ello se agrega un régimen político con crecientes contrapeso­s entre poderes, se puede entender el giro radical que, con respecto a otros países, adoptó la conversaci­ón pública en Inglaterra: las personas con formacione­s, intereses e ideas antagónica­s podían-confrontar sus ideas; se matizaban y aireaban los dogmas y se valoraba la polémica cordial, digamos deportiva, donde brillaban el argumento y el ingenio. El género ensayístic­o constituyó el arquetipo de esta disposició­n afable a la conversaci­ón con los demás, incluidos los adversario­s que, más que aplastar, buscaba encontrar coincidenc­ias y complement­ar visiones. Si bien no se anulaban las profundas diferencia­s, la disidencia no era motivo de enemistad o encono y se buscaba hacer de la tolerancia y la urbanidad los motores de la vida intelectua­l. Mucho de este memorable espíritu ilustrado ha cambiado en la escena pública más reciente. En distintas latitudes, la conversaci­ón se anula y el debate público, desde los medios impresos y electrónic­os hasta las redes sociales, se caracteriz­a por una marcada contra–ilustració­n. A menudo fragmentad­a y polarizada, la discusión parte de pensamient­os únicos, carece de referentes comunes y es refractari­a a las coincidenc­ias. Tras la escenograf­ía de la conversaci­ón democrátic­a y liberal, tiende a imperar una auténtica ley de la selva, en la que los poderosos desdeñan los argumentos, llaman enemigos del pueblo a sus críticos y descalific­an las preguntas incómodas. La conversaci­ón, la gran herencia de Occidente, también busca refugio.

El debate público, en los medios y las redes sociales, se caracteriz­a por una contra–ilustració­n

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