Milenio - Laberinto

¿Melón o sandía?

- DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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Cuando alguien tiene un importante puesto en la política, ha de estar consciente de que algunos de sus actos serán juzgados en el presente y en la historia. Pienso en esto porque estaba leyendo sobre Federico Laredo Brú, que llegó a ser presidente de Cuba de 1936 a 1940. Seguro tuvo una mujer que lo quiso, sin duda hizo cosas buenas para su país, fue valiente como militar y tuvo amigos con los que compartió alguna copa. A ellos les habrá dejado gratos recuerdos. Mas siendo un hombre que vivía para el presente, no supo hacer lo correcto cuando la historia le tocó la puerta.

Hace ochentaiún años partió de Hamburgo el barco St. Louis con destino a La Habana. Llevaba a bordo más de noveciento­s judíos que huían de las persecucio­nes nazis y habían tramitado sus papeles para emigrar a la isla. Mas por algún capricho, por protestas de

los cubanos o por ese antisemiti­smo que siempre propaga la iglesia católica, el presidente Laredo Brú decidió invalidar los permisos y no permitió que los judíos desembarca­ran.

El capitán del St. Louis, Gustav Schröder, alemán de sangre germana, no judía, hizo lo posible por negociar con los cubanos, pero todo resultó infructuos­o, y los echaron de vuelta a Alemania. Hizo gestiones para desembarca­r en Estados Unidos, en Canadá, en Panamá y también en México.

El asunto ocupó las primeras planas en la prensa mexicana. Eran fechas en que estaban llegando miles de refugiados españoles. Ningún trabajo hubiese costado que Lázaro Cárdenas le abriera la puerta a noveciento­s judíos, sobre todo mujeres y niños, en busca de refugio. Pero los políticos gringos, canadiense­s, panameños y mexicanos, prefiriero­n pasar la papa caliente, dejando que su falta se diluyera en las aguas de la historia, y haciéndole pagar todo el pato al señor Laredo Brú.

Gustav Schröder, a sabiendas de la suerte que les esperaba en Alemania, consiguió ir dejando su valioso cargamento de personas en Inglaterra, Francia, Holanda y Bélgica. La guerra comenzó un par de meses después y más de doscientos pasajeros del St. Louis habrían de morir en campos de concentrac­ión. Me pregunto qué habrán pensado de la hospitalid­ad que hallaron en el continente americano.

El único héroe entre tantos que dieron la espalda, fue el capitán Schröder, y cuando la historia hizo su juicio el hombre recibió varias condecorac­iones e Israel lo consideró uno de los “Justos entre las Naciones”.

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Hoy tenemos muchos St. Louis que andan por mar y tierra en busca de dónde atracar; y varias personas que deben tomar decisiones en el presente para la historia. ¿Qué serán? ¿Laredos o Schröders?

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FEDERICO LAREDO BRÚ, presidente de Cuba de 1936 a 1940.

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