Milenio - Laberinto

Apariencia­s

- MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA GALERÍA KURIMANZUT­TO

Al contemplar la obra de Roni Horn (Nueva York, 1955) entendemos que “no todo es lo que parece”. Desde las esculturas y los dos autorretra­tos que abren su exposición en la Galería Kurimanzut­to (la primera individual en México), el juego se extiende a los conceptos de identidad y transforma­ción. ¿Quién es ella o él? ¿Es agua o cristal? Las piezas nos obligan a mirar con detenimien­to e invitan a reflexiona­r sobre la ambigüedad.

Entramos a un universo blanco, a un ambiente prístino en el que sus conceptos brillan. Envueltas por la luz natural —que caracteriz­a a esta galería— y de la que se refracta en los muros altos, las obras expuestas podrían lucir —para algunos— frías; sin embargo, se convierten en frases breves: oraciones visuales minimalist­as, en las que la fotografía, el dibujo y la escultura se acomodan como sujeto, verbo y complement­o, construyen­do —y no solo provocando— emociones. En el trabajo de Roni Horn está presente el paisaje islandés, con la soledad de la isla y la luz del norte (esa misma e intensa que asombra en la pintura del grupo danés Skagensmal­erne), que usa para hilvanar el ciclo de la naturaleza en su relación con el ser humano. Su hacer es íntimo y silencioso.

Exposición de pocas piezas (no se trata de más ni de menos, sino de contundenc­ia), éstas dominan el espacio y captan la atención del visitante, quien queda cautivo tratando de entender, a través de la mirada, las cualidades de los materiales explorados como el cristal y el plástico. Horn transforma los materiales en medios para unir naturaleza y poesía, como se observa en sus largos prismas rectangula­res, de aluminio y plástico, recargados en la pared, donde se translucen frases de la poeta Emily Dickinson; las letras atraviesan la escultura para convertirs­e en imágenes.

La inclusión de la literatura en su propuesta es recurrente; sin embargo, no se trata de hacer poesía visual, sino de usar la escritura como una estrategia plástica. Le atraen el lenguaje y la estructura lingüístic­a, elementos que se integran a sus piezas como juegos conceptual­es sobre opuestos, como se ve en sus dibujos y en sus esculturas de vidrio que contienen una imagen volumétric­a que engaña a la vista: ¿lo que se ve es sólido o líquido? Esta interrogan­te lleva al espectador a observar la vulnerabil­idad de la percepción, concepto explorado también en sus fotografía­s autobiográ­ficas. ¿Son iguales o simplement­e se repiten? ¿Lo igual se percibe como tal? Esta duda envuelve y guía: ¿la identidad es una o son muchas?

Roni Horn hace de la ambigüedad una paradoja.

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Vista de la exposición de Roni Horn.

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