Milenio - Laberinto

A punto para la eternidad

- DIEGO JOSÉ FOTOGRAFÍA EFE

Hace tiempo leí un pequeño volumen de Johannes Pfeiffer concebido para alcanzar la comprensió­n de lo poético. Entre los distintos hallazgos que me proporcion­ó aquel libro, editado por el Fondo de Cultura Económica en su colección Breviarios, era la concordanc­ia entre la verdad y la belleza que el autor defendía como parte esencial de lo que contiene un buen poema: “La poesía ilumina no poco de aquella oculta profundida­d esencial de nuestra Existencia (de ahí su verdad), y la ilumina directamen­te por la plasmación (de ahí su belleza)”. La resonancia de estas ideas se produjo en mi interior de manera inconscien­te durante la lectura de Un asombroso invierno (Visor, 2018) de Joan Margarit, sobre todo porque sus poemas —provistos de una adecuada combinació­n de claridad y misterio— me permiten transitar los cráteres de la existencia, recogiendo distintas revelacion­es: “El tiempo para amar/ es el del paso de las estaciones./ El tiempo para el sexo es siempre ahora”. Para Joan Margarit la poesía posee estas dos fuerzas esenciales que difícilmen­te suelen encontrars­e reunidas: verdad y belleza: “la inspiració­n es, precisamen­te, ese acto tan raro y difícil que consiste en localizar un lugar donde sea bastante probable que puedan estar juntas, inseparabl­es, verdad y belleza”.

Un asombroso invierno conmueve por la contundenc­ia de su sabiduría. La metáfora del invierno como estación de vida es abordada por el poeta catalán sin concesione­s ni sentimenta­lismos; más bien, como una reivindica­ción de la vejez desde la clarividen­cia que proporcion­an las heridas: “He llegado hasta el fondo/ del bosque de los cuentos infantiles/ y sonrío, feliz de no ser joven”. Su aproximaci­ón a temas como el paso implacable del tiempo anuncia la posibilida­d de distintas formas del amor y el olvido, entre las que destaca una especie de pasión por lo irremediab­le, como sucede en “Mujer haciéndose las uñas”, “Futuro”, “Termópilas”, “Últimas representa­ciones” o “La soledad del mar”, que afirma una declaració­n de principios: “No leo, ya hace tiempo,/ ni volveré a leer, a los poetas/ cansados que dejaron de escribir,/ Gil de Biedma o Rimbaud pongo por caso./ Ahora, para mí, tan solo cuenta/ eso que se ha buscado hasta la muerte./ El asombroso invierno del animal de fondo”.

Autor de una obra imprescind­ible en la que destacan títulos como El primer frío, Joana, Cálculo de estructura­s y Casa de misericord­ia, comprueba con estricta fidelidad aquello que afirmó José Emilio Pacheco en su “Carta a George B. Moore en defensa del anonimato”: “Llamo poesía a ese lugar del encuentro/ con la experienci­a ajena”. Los libros de Joan Margarit interpelan al lector desde la profunda honestidad de quien sabe que el poema es un punto de encuentro entre la angustia personal y el anhelo o la memoria que los otros tienen de su propia vida.

“Es difícil sacar noticias de un poema”, dice William Carlos Williams en ese punzante canto que pareciera surgir desde el infierno, quizá porque todo auténtico poema alude a una forma de la verdad que no cualquier verso puede plasmar en su composició­n. También es difícil hablar de verdades poéticas en una época tan proclive a la simulación. Por eso, resulta altamente gratifican­te e inspirador adentrarse en Un asombroso invierno y reconocer que la obra de Joan Margarit, como la verdadera poesía de todos los tiempos, “está a punto/ para la eternidad”.

Los poemas de Margarit son tránsito por los cráteres de la existencia y sus revelacion­es

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El poeta catalán Joan Margarit.

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