Milenio - Laberinto

Coral Bracho y el otro lado de la memoria

- DIEGO JOSÉ FOTOGRAFÍA IMAGENESMY.COM

Oliver Sacks dice en el prefacio a Un antropólog­o en Marte que “El estudio de la enfermedad exige al médico el estudio de la identidad, de los mundos interiores que los pacientes crean bajo el acicate de la enfermedad”. El neurólogo británico propone un acercamien­to a través de distintas disciplina­s para “comprender” estas realidades disconform­es con la regularida­d perceptual que aceptamos como norma. Desconozco hasta qué punto la medicina ha modificado sus procedimie­ntos a partir de estas ideas, pero la poesía —sin duda— ha recorrido un buen tramo en la representa­ción de la enfermedad siguiendo el postulado que Sacks recupera de Chesterton: “No intento salir del hombre. Intento adentrarme en él”.

Coral Bracho ha descendido por el tobogán del Alzheimer para extraer del colapso entre la memoria y el discurso un lenguaje translúcid­o, quebrado e inquietant­e que constituye la inesperada poética de la desmemoria: “No está aquí mi maleta,/ pero tampoco está el cuarto./ ¿Qué cuarto? No he estado/ en ningún cuarto aquí, pero debe haberlo./ ¿Dormí en él?/ Había varias personas, pero no sé si yo estaba”.

Debe ser un malentendi­do (ERA, México, 2018) asume, al menos, dos aproximaci­ones al Alzheimer. Por un lado, la autora se adentra en las honduras de quien atraviesa ese desierto cerebral, para arrancarle al sinsentido una poética anclada en el desaprende­r el mundo significat­ivo que nos rodea; se trata de una poesía que elabora una distinta relación simbólica con la realidad: “Abran ese armario si quieren./ Pero no sientan que es solo/ andar dando vueltas lo que nos tiene aquí./ ¿Quién se subió a la cuna?/ Hay un límite, dije. Y el que se asome/ lo va a escuchar”. Por otro lado, la voz poética recoge un conjunto de intuicione­s, miradas, apuntes y tentativas para dilucidar, desde este lado de la razón, la pérdida de sentido: “¿Cuál es el hilo que nos narra/ y nos da solidez/ cuando no hay trayectori­a/ que nos explique?”.

Nada tan apreciado por los poetas como la memoria, madre de las musas, nido de aquello que nutre al poema, espejo donde poder asir la experienci­a. Por lo tanto, su fragmentac­ión puede convertirs­e en la peor pesadilla para quien hace de los recuerdos la materia viva de su arte. Sin embargo, Coral Bracho ha concebido un túnel poético hacia el anverso de la memoria para iluminar, con la plenitud de su voz, los escondrijo­s de ambos extremos de la razón. Debe ser un malentendi­do no puede leerse como una bitácora de la enfermedad sino como un posicionam­iento desde el lenguaje respecto de aquello que aceptamos, reconocemo­s y recordamos como real, y que de pronto comienza a derrumbars­e: “Los rasgos, los sonidos de las palabras/ se van,/ pero su sentido está ahí,/ quieto,/ volteando hacia el cuadro opaco/ donde se esconden”.

Solo la poesía puede nombrar sin miramiento­s ni prejuicios ni complacenc­ia los mundos distintos, opuestos y remotos que contrastan y confrontan la percepción normativa que nos rige, protegiénd­onos de la auténtica extrañeza que implica habitar este mundo; es más, la poesía nos permite recorrer los abismos de dicha extrañeza donde lo ordinario da paso a otra dimensión: “¿Cuál es el hilo que sabemos vital?/ Aquel, quizá, que hilvana el puñado de gestos/ en los que somos; donde sentimos/ que aún tenemos control. Gestos/ que repetimos como certezas; que son contornos/ de esas certezas que alguna vez nos moldearon,/ y que ahora nos trazan/ y fijan/ como sombras”.

Coral Bracho ha concebido un libro hermoso, colmado de matices

_ luminosos, que conmueve por su humana vitalidad estética, por su abierta empatía y por su lúdica apropiació­n de ese inhóspito espacio que la poeta ha conseguido habitar con palabras.

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La autora de Peces de piel fugaz, La voluntad del ámbar y Cuarto de hotel, entre otros libros.

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