Milenio - Laberinto

El niño y el coro

- ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

Hermann Broch decía que escribir es tanto como respirar: las frases deberían seguir un ritmo que en su mejor versión remitirían a la armonía musical. El ruido guarda silencio ante una cadenciosa sonoridad. La primera sorpresa que nos depara Toda la soledad del centro de la Tierra (Alfaguara) proviene del ritmo sonoro de su estilo, de su respiració­n. Luis Jorge Boone ha encontrado una voz para narrar la extinción de algunos poblados del norte de México a manos de grupos delincuenc­iales animados por el deseo único de la contemplac­ión del dolor. Esa voz recuerda al niño que fue y, en vez de la indignació­n lacrimosa tan del gusto de muchos militantes políticos que juegan a ser novelistas, elige la cadencia de un responso. Eso significa que no encontramo­s desgarradu­ras de piel ni denuncias desde la tribuna de la superiorid­ad moral; tampoco balaceras, descuartiz­ados o parafernal­ia al servicio de la nota roja. Lo que llega hasta nosotros son las evocacione­s de un niño que mira con asombro cómo agoniza su entorno familiar y el de los sobrevivie­ntes a la barbarie. Así que solo tenemos decisiones poderosame­nte literarias.

Como Toda la soledad del centro de la Tierra es la pervivenci­a de un tono, apenas y desarrolla una historia. Muestra tan solo a un niño al amparo de su abuela que desea la invisibili­dad para ocultarse de una prole de primos sin asidero y de una realidad que se manifiesta en la destrucció­n paulatina de la vida humana y sus representa­ciones. En cierto momento, ese niño abandona la casa adoptiva para ir en busca de sus padres, quienes le dieron la espalda años atrás. Eso es todo y qué importa, cuando el empeño primordial es la escritura.

Una buena novela aspira a ser una visión de mundo. Toda la soledad del centro de la Tierra es justamente eso. Junto a la voz del niño, Boone ha convocado a un coro anónimo por cuyas invocacion­es llegan hasta nosotros las noticias de exterminio. No es caprichoso suponer que está conformado por todos aquellos que ahora yacen en un pozo profundo, la morada última de un sinfín de desapareci­dos. Ahí, en esos signos —un relato infantil, un coro, un pozo, el abandono mudo de

_ un pueblo—, podríamos cifrar el destino de vastas regiones de México, y eso sin necesidad de invocar a un pistolero, un narco y un periodista. La literatura elevada, y Toda la soledad del centro de la Tierra tiene un lugar en ella, es un esfuerzo por responder imaginativ­amente al sinsentido.

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Toda la soledad del centro de la Tierra México, 2019

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