La lectura como oficio
públicos de educación y cultura. No es que los ignoren, pero o los callan o los olvidan.
Uno: como todo goce que proviene de una actividad, la lectura requiere una gran inversión en esfuerzo, disciplina, repetición; requiere sobreponerse al tedio y la aburrición, al fracaso de no entender, de distraerse pronto, antes de convertirse en goce. Nadie nace ni tocando un instrumento musical, ni pateando un balón, ni bailando danzón. Diótima tuvo que instruir a Sócrates en los modos del erotismo. Prometer goces inmediatos que no llegan opera más como vacuna que como seducción. Desde luego, no es buen negocio vender esfuerzos y dificultades, y no hay duda alguna de que leer es uno de los mayores goces y placeres… si uno aprende a poner lo que leer requiere. Es un oficio y no hay final en el aprendizaje. Goethe, ya viejo, estaba seguro de que aún no sabía leer bien. Y Alfonso Reyes, en aquel mismo ensayo (“Categorías de la lectura”, en La experiencia literaria, tomo XIV de sus Obras completas), enlista a otros muchos que juzgaban pobres sus capacidades de lectura: Macaulay, Menéndez Pelayo, Charles Lamb, el Dr. Johnson, Boswell...
Dos: lo tomo de quién sabe qué escritor, porque no lo hallo, que a la vieja pregunta sobre los libros que se llevaría a la isla desierta simplemente contestó: “Ninguno. Porque si no tengo con quién conversar, la lectura no puede sino hacerme más honda e inhóspita la soledad”. Todos lo hemos sentido alguna vez: leemos algo fabuloso, que nos revela y rebela, que nos mueve desde dentro y, de pronto, la melancolía de no tener con quién compartir, seguir hablando, enriqueciendo la experiencia. Lástima que no logre acordarme de aquel escritor que supo responder así de claro y preciso: leer en total soledad es deprimente. Para generar lectores necesitamos tertulias, talleres, clubes: conversación.
No todos están dispuestos para ser grandes lectores; sin embargo, todos debieran ser capaces de un nivel básico de lectura. ¿Qué nivel? El poli (IPN) tiene en su catálogo un gran clásico desde el cual se puede partir: Cómo leer un libro, de Mortimer Adler. Desde ahí podemos pensar en, primero, llegar al nivel básico (ése que México
_ reprueba en todas las pruebas de estándares internacionales) y, después, alimentar el fogón de la inteligencia y la imaginación que solo enciende cuando al menos la comprensión básica haya echado su chispa.
Mejor enriquecer al lector, o subvencionarlo, que manipular una industria poco firme