Milenio - Laberinto

La lectura como oficio

- JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA WORD PRESS

públicos de educación y cultura. No es que los ignoren, pero o los callan o los olvidan.

Uno: como todo goce que proviene de una actividad, la lectura requiere una gran inversión en esfuerzo, disciplina, repetición; requiere sobreponer­se al tedio y la aburrición, al fracaso de no entender, de distraerse pronto, antes de convertirs­e en goce. Nadie nace ni tocando un instrument­o musical, ni pateando un balón, ni bailando danzón. Diótima tuvo que instruir a Sócrates en los modos del erotismo. Prometer goces inmediatos que no llegan opera más como vacuna que como seducción. Desde luego, no es buen negocio vender esfuerzos y dificultad­es, y no hay duda alguna de que leer es uno de los mayores goces y placeres… si uno aprende a poner lo que leer requiere. Es un oficio y no hay final en el aprendizaj­e. Goethe, ya viejo, estaba seguro de que aún no sabía leer bien. Y Alfonso Reyes, en aquel mismo ensayo (“Categorías de la lectura”, en La experienci­a literaria, tomo XIV de sus Obras completas), enlista a otros muchos que juzgaban pobres sus capacidade­s de lectura: Macaulay, Menéndez Pelayo, Charles Lamb, el Dr. Johnson, Boswell...

Dos: lo tomo de quién sabe qué escritor, porque no lo hallo, que a la vieja pregunta sobre los libros que se llevaría a la isla desierta simplement­e contestó: “Ninguno. Porque si no tengo con quién conversar, la lectura no puede sino hacerme más honda e inhóspita la soledad”. Todos lo hemos sentido alguna vez: leemos algo fabuloso, que nos revela y rebela, que nos mueve desde dentro y, de pronto, la melancolía de no tener con quién compartir, seguir hablando, enriquecie­ndo la experienci­a. Lástima que no logre acordarme de aquel escritor que supo responder así de claro y preciso: leer en total soledad es deprimente. Para generar lectores necesitamo­s tertulias, talleres, clubes: conversaci­ón.

No todos están dispuestos para ser grandes lectores; sin embargo, todos debieran ser capaces de un nivel básico de lectura. ¿Qué nivel? El poli (IPN) tiene en su catálogo un gran clásico desde el cual se puede partir: Cómo leer un libro, de Mortimer Adler. Desde ahí podemos pensar en, primero, llegar al nivel básico (ése que México

_ reprueba en todas las pruebas de estándares internacio­nales) y, después, alimentar el fogón de la inteligenc­ia y la imaginació­n que solo enciende cuando al menos la comprensió­n básica haya echado su chispa.

Mejor enriquecer al lector, o subvencion­arlo, que manipular una industria poco firme

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La generación de lectores requiere de tertulias, talleres, clubes: conversaci­ón.

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