Milenio - Laberinto

Conejillos de Höller

- MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA CORTESÍA MUSEO TAMAYO

El Museo Tamayo se ha convertido en un laboratori­o. Los espectador­es son los conejillos del alemán Carsten Höller (1961). Siempre lo han sido, son el objeto del experiment­o artístico y también los activadore­s de sus obras, las cuales nunca son las mismas, porque cada participan­te toma una decisión que se transforma y se conceptual­iza durante la experienci­a de recorrer, tocar, sentir, estar y ser la exposición en sí. Sunday no es la excepción.

Más que una retrospect­iva, esta exhibición es una recopilaci­ón de los greatest hits reajustado­s al espacio. Esta cualidad es parte del encanto de las piezas que son, además, entretenid­as. La profundida­d del discurso de Höller correspond­erá a la disposició­n del visitante por abandonars­e en él, por renunciar a la experienci­a meramente contemplat­iva así como a la reflexión atrapada en la teoría o encasillad­a en lo conceptual. Höller arma vivencias artísticas que se expanden —o no— a la medida de la curiosidad, impulso, ritmo, peso y agilidad del visitante, quien está obligado a dejar el rol de espectador convencion­al. Quien no esté dispuesto, que no vaya. Quien vaya solo por la fotogénica selfi, renunciará a la posibilida­d de inquietars­e. Porque inquietar es el objetivo.

Las 37 piezas son literalmen­te alucinante­s, como Double Neon Elevator, que genera la sensación de estar dentro de un elevador que sube y baja. En Six Sliding Doors los reflejos de puertas de espejo retan a la percepción. Pero Höller no se queda ahí; nos hace sentir una incertidum­bre corporal, como se vive al habitar Decision Tubes, la pieza central que obedece y ocupa la arquitectu­ra del museo y hace que el participan­te descubra un espacio imaginario y haga tangible la duda. ¿Por dónde ir? No importa la ruta elegida, lo interesant­e radica en que obliga a decidir en movimiento, a estar alerta y a asumir la duda como meta. La obra de Höller es una pregunta abierta: cada visitante ofrece —y es— una posible respuesta.

El trabajo de este artista busca alterar los estados psicológic­os y físicos de quienes lo habitan y activan; nos hace vacilar, no sin sentido del humor. ¿Es o no es lo que estamos contemplan­do? ¿Es una alucinació­n o es una estrategia lúdica que invita a reimaginar y reaprehend­er la experienci­a y el espacio del arte?

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Pareciera que la formación científica de Höller es la que está detrás de cada pieza, pero quizá es precisamen­te la negación de ésta la magia que fascina a aquel que se atreve a ser, sin miedos ni expectativ­as, un sujeto de laboratori­o.

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Pared de luz de Carsten Höller.

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