Milenio - Laberinto

Contra Hesíodo

- JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA WIKIPEDIA

la tierra, ararla, cultivarla, que echar asfalto, alzar concreto y poner a rodar vehículos de combustión.

Los viejos dioses murieron asfixiados en el humo de los motores, y nosotros aprendimos a pensar el mundo al revés de Hesíodo: la condición original de la naturaleza es perfecta sin el hombre; es superior a nuestra civilizaci­ón porque estamos maleados y depredamos todo; nuestras ventajas materiales, nuestras comodidade­s, aditamento­s y adicciones vienen de haber corrompido un mundo que sería mejor sin nosotros.

La idea de que la naturaleza carece de moral no es complicada: de los hechos no se sigue un juicio moral. Como dice Hume: de un orden descriptiv­o no se sigue una conclusión evaluativa, o, más escueto: no puedes obtener un “debe” de un “es”. Pero no nos mueve la lógica sino las preces de nuestro malestar. Como somos el mal, aquello sobre lo que ejercemos nuestro mal no puede ser sino bueno y, como todo mundo sabe, el malo le hace daño solo al bueno. O algo así. Del mismo modo que la purísima ética del victimismo que supone que no hay víctima culpable, ni mala, ni viciosa. Legiones de sufrientes… es la beatificac­ión de nuestros días, que no se ha dado cuenta de que a los cristianis­mos sin Dios les falta un tornillo. Pero, vaya: que aquel que ha sido víctima queda relevado de juicio moral.

El victimismo es el modo de expiar el mal que cometimos y, quizá, por eso

_ halla sentido, resonancia y caudal moral. Somos rousseauni­anos, sin verlo bien: somos el mal. Nuestros logros civilizato­rios nos condenan y hemos cambiado el bien original en un mal terrestre, de gasto y desperdici­o.

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La idea de la bondad natural del ser humano aparece en el siglo XVIII, con Rousseau.

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