Milenio - Laberinto

Arreola: el poeta fracasado

- VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

En una entrevista con estudiante­s de la Universida­d de Virginia, William Faulkner dijo: “Soy un poeta fracasado”, y agregó que todos los escritores empiezan creando poesía, y que, cuando comprenden que han fallado, escriben novela corta, “la forma más exigente después de la poesía”. Y concluía: “Solo cuando fracasan también en esto, es cuando se lanzan a escribir novelas”. Aunque no lo puedo probar, casi estoy seguro de que estas palabras de Faulkner podrían haber sido asumidas de manera absoluta por el gran escritor que fue Juan José Arreola y que, si él las hubiera comentado, habría agregado, en su modo elocuente e intenso, que en la cadena de la inspiració­n, cuando falla el poema, la posibilida­d inmediata de realizació­n no es la estructura contenida de la novela corta sino la forma más sintética y precisa del cuento. Adivino que Arreola coincidirí­a con Faulkner en el hecho fundamenta­l de verse a sí mismo como poeta y de hallar la fuente de su creación en la poesía. También diría, como Faulkner dijo, que él era un poeta fallido y afirmaría —lo puedo vislumbrar— que el contacto con las ecuaciones y los números propios de la fuerza lírica era imprescind­ible para concebir una verdadera acción dramática donde el lenguaje produce, en el crecimient­o ralentizad­o de la prosa, una metáfora súbita y orgánica, y no noticias sensiblera­s, coyuntural­es y “escandalos­as”.

En el contexto de esta charla imaginaria sobre las relaciones entre poesía y prosa, la recuperaci­ón de la memoria poética, en verso, del autor de Confabular­io tiene un gran valor. ¿Qué nos muestra Perdido voy en busca de mí mismo (FCE, 2018) de Arreola? Tres cosas: una conciencia profunda de las implicacio­nes del uso del verso, un dominio del soneto y la décima, y un gran conocimien­to de la poesía universal y mexicana. Todo esto no sería relevante o lo sería de otro modo si estuviéram­os hablando solo de un poeta, pero todo ello, cuando correspond­e a un gran narrador, adquiere un significad­o especial y nos habla de una manera de escribir ya desapareci­da. Si muchos poetas hoy no saben bien a bien qué es el verso, la inmensa mayoría de los narradores lo ignoran casi por completo. Es algo en lo que ni siquiera piensan —la excepción, Daniel Sada—. Pero para Arreola —y creo también para Rulfo, Del Paso y Elizondo— la comprensió­n del verso y su interrelac­ión con la prosa jugaba un papel esencial en la creación de cuentos y novelas. La poesía —y el verso es una puerta secreta de entrada a ella— aseguraba no solo su oído sino la creación de hondas imágenes cifradas en las Correspond­encias. Es posible hacer una lectura ingenua de Perdido voy en busca de mí mismo y pensar que es un libro curioso; pero cuando lo leemos con cuidado emerge

_ un poder de convocator­ia espiritual rigurosa y abierta que nos permite explicarno­s no solo por qué son tan originales los poemas-cuentos de Arreola incluidos en Poesía en movimiento sino por qué surgieron Farabeuf, Terra Nostra y Noticias del Imperio.

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