Milenio - Laberinto

La tristeza de amar a un criminal

- FERNANDO ZAMORA @fernandovz­amora FOTOGRAFÍA COTA FILMS

Quien conozca por morbo, chisme o cultura la historia de este asesino, encontrará nuevos datos en Ted Bundy: durmiendo con el asesino. Tal vez al conocedor le extrañe que en la mayor parte de la película no haya violencia, que se desarrolle como una historia de amor banal. Y es que eso es. Y en ello radica su novedad: en contar la historia de cómo cualquiera puede enamorarse de un asesino así. ¿Dónde está el horror? En la banalidad del mal (Arendt), en que no hay nada que prevenga a la mujer en torno a este hombre con el que duerme seis años, el que le prepara de desayunar, el que adora a su hija pequeña. ¿Y Ted Bundy? Según el director, la ama también. Pareciera superior a sus fuerzas la necesidad de escapar para cometer algunos de los crímenes más brutales de la historia del asesino serial estadunide­nse.

Liz es una chica de baja autoestima. Se nos presenta en un bar tomando copas con su mejor amiga. Llegado el momento expresa que no hay hombre que se vaya a fijar en ella, entre otras cosas porque le inhibe ser secretaria y ser madre soltera. Un absurdo. Y su amiga se lo dice y, para convencerl­a de una vez, le señala a un tipo sonriente, bien parecido, que al otro lado de la barra le hace ojitos y coquetea. Ella

coquetea también. Levanta la copa ilusionada. En poco tiempo Liz y su galán (quien podemos suponer que es Bundy) se encuentran bailando. Coqueteand­o, se miran durante un tiempo largo en que ella alcanza a decir antes de caer rendida ante él: ni siquiera sé tu nombre. Y no. No lo sabe. Se besan. ¿Por qué Bundy ha decidido no asesinarla? De eso trata esta película que hay que ver. Y no solo si se es amante del cine de estos vampiros contemporá­neos que llaman asesinos seriales. Además, los diseñadore­s de arte han conseguido reproducir la época de los crímenes que tuvieron lugar en la década de 1970. El director consigue también que sus actores se vistan de todos aquellos que participar­on del drama: la hija de Liz, la amiga, los policías, las mujeres que, enloquecid­as, caían de amor ante el asesino y sobre todo él: Bundy.

El actor Zac Efron consigue la sonrisa cínica, los ojos que se iluminan como para decir te amo y voy a cortarte la cabeza cuando hayas muerto. Y voy a hacerlo con una sierra industrial. No es poco. La gente que conoció a Bundy relata que se trataba de un hombre gentil, típico estadunide­nse trabajador que soñaba una vida de horarios estables, buen coche, buena paga y un perro de aguas ladrando al porche. Interpreta­r a estos seres que, ilusos, son incapaces de darse cuenta de que entre ellos vive un asesino, sorprende, pero más sorprende la interpreta­ción de Efron, un hombre que se estrena en su primer papel de carácter. En él explota la transición inquietant­e entre la sonrisa siniestra y la seductora, la que a cualquier persona parece decir: “¿Dudas de mí? Sería incapaz de hacerte daño”.

Así pues, Ted Bundy: durmiendo con el asesino tiene un guion tan bien construido que, aunque uno sabe qué va a pasar, encuentra inevitable­mente misterios. ¿Quién denunció a Bundy? Saber o no saber la historia resulta anecdótico en esta obra. Lo interesant­e consiste en desentraña­r un misterio todavía más profundo: ¿por

_ qué podemos enamorarno­s de gente así? De ello trata esta película que trasciende el género del thriller para introducir al espectador en la tristeza de lo que significa de verdad, desde lo más profundo, amar.

Zac Efron consigue los ojos que se iluminan como para decir te amo y voy a cortarte la cabeza

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Ted Bundy: durmiendo con el asesino. Dirección: Joe Berlinger. Estados Unidos, 2019.

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