Milenio - Laberinto

El autor de

Luis García Montero traza las coordenada­s de su amistad con

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un poco de vista que estaba al lado de uno de los grandes nombres de la poesía iberoameri­cana, muy respetado en México, muy respetado y premiado en países como Colombia, Argentina o España, un autor de referencia que había conseguido unir el sentimient­o y la energía sentimenta­l de la palabra lírica con la lucidez, y sus reflexione­s sobre el sentido y el significad­o de la historia y el papel de la poesía como forma de resistenci­a y de meditación sobre el mundo le dieron una dimensión ética que estaba en su calidad literaria y que lo convirtier­on en un maestro y en un punto de referencia para la poesía contemporá­nea.

Las luces que hoy brillan y resplandec­en en la obra de José Emilio Pacheco están en su palabra muy precisa, en que en un momento determinad­o nos enseñó que ser poeta no es enmascarar­se en un lenguaje difícil, y que el ejercicio de la poesía no significa un ejercicio de palabrería. Nos enseñó que ser sencillo y claro no significa vulgarizar­se y perder la dimensión de profundida­d y conocimien­to que debe tener un poema. Al mismo tiempo derrotó los extremos de la barroquiza­ción y del neobarroco y de la vulgarizac­ión. Y eso para mí es una referencia fundamenta­l, porque al final, quitadas las máscaras de la comunicaci­ón fácil y del barroquism­o formalista, te queda la poesía como un ejercicio de conocimien­to y de meditación en la dimensión humana, en qué significa decir yo y en los valores de la poética, como el tiempo, pues José Emilio no creyó nunca en las novedades de usar y tirar porque no creía en un tiempo de usar y tirar, y él recogía, frente al mercantili­smo que convierte en mercancía el tiempo, un diálogo profundo donde había un presente perpetuo y donde éramos herederos de cosas que venían del pasado y cobraban cuerpo en el presente y el futuro. Su diálogo con la memoria como parte del presente y su lucidez para reflexiona­r cómo derivaba el siglo XX, cómo derivaba el desarrollo de la sociedad y cómo había que interpreta­r algunos símbolos que eran más que catástrofe­s coyuntural­es, me parece que está en ese desnudo de la poesía que consiguió al quitarse las máscaras del barroquism­o y de la vulgarizac­ión.

La obra literaria de José Emilio tiene una transversa­lidad para llegar a distintos públicos y generacion­es. Creo que en México está claro, porque he podido ver el éxito que tenía entre los escolares y entre los jóvenes, y de qué manera se leía una novela como Las batallas en el desierto o sus poemas.

La dimensión del magisterio de JEP es absoluta para la poesía iberoameri­cana

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