Seymour Hersh revela mentiras de la política estadunidense
En sus memorias, cómo desmontó algunas
Un día se topó con un militar que le contó lo que sabía sobre el asesinato de civiles en Vietnam. Solo un oficial de infantería, de 26 años, estaba acusado de haber matado a varias personas en la localidad de My Lai. En espera de ser juzgado, lo tenían escondido en un cuartel de élite del ejército, pero era obvio que no era el único responsable. Hersh fue recabando más testimonios de soldados que participaron en la masacre, muchos de ellos con ganas de desahogarse (“le volamos la nuca incluso a niños de tres o cuatros años”), y de sus familiares, que ahora los tenían de vuelta con un severo estrés postraumático (“entregué al ejército un buen hijo y me lo convirtieron en un asesino”).
La noticia (y la dimensión de la masacre) tardó en ser de interés general porque, dice, en la mayoría de los medios el patriotismo, la autocensura (“los intereses y la seguridad de la nación por encima del derecho a saber”), campeaban a sus anchas. Al final, sin embargo, su trabajo le valió el Premio Pulitzer de Periodismo Internacional de 1970 y la publicación de un libro con la historia completa.
Hasta ese momento, este hombre que no graba las entrevistas ni guarda los datos de sus fuentes en su computadora, era un periodista freelance que luchaba por colar sus investigaciones en los periódicos y revistas más influyentes de Estados Unidos. Pero el éxito de la revelación de My Lai lo motivó a irse a Nueva York y enseguida se le abrieron las puertas de The New Yorker, donde entregaba sus textos disculpándose por su extensión. Cuando se enteró de ello William Shawn, el mítico director de la revista, decidió darle una lección: “Oh, señor Hersh, los artículos no son nunca ni demasiado largos ni demasiado cortos. O son demasiado interesantes o demasiado aburridos”.
En aquella redacción, llena de estrellas de la crónica, el colaborador se habituó a los verificadores de datos y correctores de estilo que demostraban su profesionalismo sin imponer criterios y argumentando los cambios que se requerían al explicar exhaustivamente los motivos. Las cosas marchaban bien: tenía tiempo para investigar, tiempo para escribir y espacio para publicar, pero The New York Times no tardó en fichar al reportero. Al principio, el periódico le permitió seguir con su obsesión (Vietnam) pero la actualidad (y la astucia de la competencia, The Washington Post) propició que
Un día, Hersh se topó con un militar que le contó lo que sabía sobre el asesinato de civiles en Vietnam