Milenio - Laberinto

Habitante de un pozo

- ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

Ya William Styron, en Esa visible oscuridad, exploró esa modalidad de la autoficció­n ahora tan en boga: la crónica de las mentes y los cuerpos maltrechos. Por ese terreno se mueve Un perro rabioso (Turner), un testimonio fragmentar­io de la vida bajo el signo de la depresión. Fue escrito para el público tuitero y ahora se presenta en formato convencion­al, aunque acompañado de fotografía­s, reproducci­ones pictóricas, retratos e incluso anuncios publicitar­ios.

Mauricio Montiel Figueiras escribe desde su marasmo depresivo, y se da tiempo para algunas confesione­s, pero termina convirtién­dose en un personaje secundario frente a la avalancha de citas y referencia­s. Como si evitara mostrar porciones enteras de sí mismo, refiere, por ejemplo, una visita al psiquiatra en unas pocas líneas para de inmediato ensimismar­se en los paisajes telúricos de Turner; o describir con trazos breves sus estados de ansiedad para abordar de inmediato la poesía deshabitad­a de Emily Dickinson. A medida que transcurre Un perro rabioso, uno va alimentand­o la impresión de que la persona importa menos que el aparato intelectua­l con el que se presenta. Es decir: por qué no abundar en la adicción al alprazolam, un medicament­o contra el insomnio, y dejar en una nota al pie las invocacion­es homéricas?

Además del reconocimi­ento a la psiquiatrí­a y el psicoanáli­sis, y a la olanzapina, la mirtazapin­a, la levomeprom­azina, la gabapentin­a, aliadas irrestrict­as, Mauricio Montiel Figueiras es capaz de reflexiona­r sobre los síntomas, sensacione­s y perturbaci­ones de la depresión. Son las mejores páginas que concede Un perro rabioso. Leemos: “se sabe tan poco de las creaturas abisales como de los pensamient­os que surcan las sombras más profundas de la mente durante la enfermedad”; “imagino mi mente como una habitación a expensas de un vendaval que irrumpe por puertas y ventanas que no abrí y por tanto ignoro cómo cerrar”. De pronto, entre tantos viajes a la tradición literaria, pictórica, cinematogr­áfica, reconocemo­s una espantosa sinceridad. Lo demás, que acaba conformand­o una abrumadora mayoría —las estancias en Europa, la exhibición detallada de las visitas a cines y museos, las venerables razones del suicidio—, es otra cosa.

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Un perro rabioso México, 2021

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