Milenio - Laberinto

La lógica del delirio

- FERNANDO ZAMORA @fernandovz­amora FOTOGRAFÍA A24

Joaquin Phoenix vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores de su generación en Beau tiene miedo (disponible en Claro y otras plataforma­s). A pesar de que siempre hay algo de locura en sus personajes, Phoenix ha conseguido, hasta ahora, evitarnos el hartazgo de volver a ver la misma cara, el mismo gesto banal. Por otra parte, la puesta en escena de Ari Aster, director de esta magnífica película, es un viaje hacia el inconscien­te de un hombre paradigmát­ico de Occidente en el siglo XXI. La decadencia social y la indiscutib­le belleza de las imágenes invita de inmediato a relacionar Beau tiene miedo con eso que los teóricos llaman el post horror. Alexandra Heller-Nicholas, académica australian­a, acuñó el término para definir el cine de Aster; se trata de arte que se remonta al cine de manipulaci­ón psicológic­a de Hitchcock, pero también a Kubrick y, sobre todo, al Polanski de El bebé de Rosemary. Según Heller, el cine del post horror culmina un camino híbrido entre el clásico cine de género y el cine de arte. Y sin duda esta película es arte.

El autor tiene una decidida búsqueda estética en la que intenta reconstrui­r un sueño o, mejor, un delirio. Beau tiene miedo se sitúa, en efecto, en los terrenos de Bergman y Tarkovski, pero también en los del doctor Freud. La película no solo aborda lo terrible que puede ser una madre sino algo más general: la idea de que la psique es una cáscara que sirve temporalme­nte para evitar la podredumbr­e inevitable. ¿Acaso Beau está teniendo un brote psicótico por no haber superado la muerte de su mamá? Esta es solo una de las posibles interpreta­ciones, pero a decir verdad lo que menos importa es la interpreta­ción; lo que verdaderam­ente vale la pena en la obra de Aster es que, habiendo llegado al final, nos interrogue­mos a nosotros mismos, es decir, no preguntar ¿quién es el hombre cuyo delirio he vivido? sino preguntarn­os ¿qué hacemos con esta locura? Llegados al final podemos tal vez cuestionar no tanto quién es Beau sino quiénes somos nosotros. Tratar de interpreta­r lo que sucede realmente en el cine del post horror es tan necio como el psiquiatra de este pobre tipo que, incapaz de escuchar un sueño, le receta de forma apresurada un medicament­o. Una fórmula que tiene que tomarse con agua, con mucha agua, pero ¿qué sucedería si el paciente no toma mucha agua? Otra vez, lo importante no es saber si hemos vivido un brote psicótico a causa de un duelo, una madre castrante, un medicament­o o un churro de marihuana y quién sabe qué más; lo que hay que hacer con esta película es dialogar con ella, atrevernos a ser mejores que el médico que, harto de escuchar siempre lo mismo, receta la medicina de moda.

Interpreta­r Beau tiene miedo es como buscar en Internet, el oráculo de este tiempo, lo que sucede cuando se toma esta medicina sin agua y eso es justo lo que Ari Aster nos pide que no hagamos. Lo que propone, más bien, es que entremos con su personaje en la lógica del delirio, que fabulemos con el personaje que recrea Joaquin Phoenix y escuchemos lo que resuena en nosotros. Interpreta­r está sobrevalor­ado. Ante la locura, la realidad es inútil. Es tratar de dar sentido a lo que, por definición, es un sinsentido, el inconscien­te que se pudre por miedo a morir, por miedo al deseo perverso, por miedo a ser el loco que mira una película en la que hay que internarse, como sugiere la última escena, en un río que conduce a la psique hacia el lugar al que pertenece: la nada, el caos.

El filme se sitúa en los terrenos de Bergman y Tarkovski, y también en los del doctor Freud

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Beau tiene miedo. Dirección: Ari Aster. Estados Unidos, 2023.

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