Milenio - Laberinto

En el principio del fin

- FERNANDO ZAMORA @fernandovz­amora FOTOGRAFÍA ROSA FILMES

Pacifictio­n, de Albert Serra (disponible en Mubi), requiere de cierto esfuerzo mental. Es dispersa. El director ha dicho —y tiene razón— que el mal cine parece estar hecho para gente a quien hay que explicarle todo, así que él tiró al retrete el manual de guion y se fue a Tahití a seguir una nube, retratar un hermoso atardecer y filmar una conversaci­ón que, tal vez, no llega a ninguna parte. Es importante advertir, sin embargo, que el tema de Pacifictio­n gira en torno al ocaso del imperio francés. Las críticas a la obra son dispares. Por un lado, se le celebra como una de las películas más importante­s del año mientras que los críticos de red social se quejan por haber perdido el tiempo. La verdad es que, si uno quiere entretener­se con una trama al estilo de James Bond con un galán que besa a la chica, salva al mundo y muele al malo a puño limpio, que vea La espía que me amó (1977). Es bastante buena.

Aquí los malos son un grupo heterogéne­o que en un club degenerado danza mezclas de instrument­os polinesios con cajas de ritmos. Es imposible saber quiénes son, tal vez porque ni siquiera ellos lo saben. En cuanto a la chica…, es un trans y el bueno es más bien un tipo que parece perdido y que se pasea por la isla que debiera ser su protectora­do tratando de calmar los ánimos de una población que ya rumora: Francia va a reiniciar los ensayos nucleares. Las aguas tranquilas van a volver a envenenars­e. A nadie le importa que la abuela de aquel haya muerto con el rostro deforme por el cáncer o que el hijo de aquel otro haya muerto retorcido de dolor. París no se ocupa. Sus enemigos son, según se dice aquí, China, Australia, Japón y Estados Unidos. Nosotros, ciudadanos de a pie, solo podemos reconocer de este sistema nocivo a un capitán regordete y hasta simpático que baila en este bar que parece salido de Disneyland­ia, un oficial que contempla con embeleso a los muchachito­s morenos que le sirven cocteles con un banderín. Para todos hay en la Polinesia de Serra. Tahití ha dejado muy atrás el encanto de los retratos de Gauguin y hoy parece más bien tener el estilo de El grito de Munch; la desesperac­ión de quien es incapaz de entender lo que está sucediendo, pero que sabe que pronto estos mares de color verde azul volverán a ser envenenado­s. Así lo dice el capitán regordete que se deja servir por meseros de ropa breve: rompan todo lazo con esta parte del mundo, Polinesia no volverá a ser igual. Los atardecere­s púrpuras y rosas se han terminado porque al malo no se le puede moler a puñetazos como en un filme de James Bond; el malo es más bien un sistema cuyos ojos nadie puede ver.

Hay que decir por último que es justa la crítica de quien dice que la película es muy larga, pero si uno lo que tiene es avidez por diversión, mejor que se meta a un bar. Aquí las cosas suceden pausadas y el director usa a su favor el hecho de que hace tiempo que nadie se preocupa por la duración del material y que puede improvisar­se una conversaci­ón durante horas. Es así como ha surgido en esta película (y toda vez que hoy se puede charlar durante horas sin que nadie esté pensando en que el celuloide puede acabarse) la única línea que ofrece, si no optimismo, al menos buen humor. Y es que la chica trans (que no aparecía en el guion original) es en realidad un hallazgo de este modo de trabajar meditabund­o: el de Albert Serra, un catalán que ha podido agregar así una historia de amor al retrato del horror de la Francia colonial.

El director ha dicho que el mal cine está hecho para gente a quien hay que explicarle todo

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Pacifictio­n. Dirección: Albert Serra. Francia, 2023.

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