Milenio - Laberinto

Capítulo 14

- TEDI LÓPEZ MILLS

QLa memoria es mística cuando renuncia a un recuerdo; se borra la raya de la luz

ue La novela inconclusa no derive peligrosam­ente hacia lo poético depende en gran parte de las estrategia­s de sus cuatro personajes y, claro, de mis propias intervenci­ones. Marina representa el mayor riesgo, pues tanto su cuaderno “¿No le da miedo perder lectores?” como su diario son ejercicios constantes, no siempre efectivos, de poesía. En la entrada del 10 de septiembre de 1982 compara la tristeza con el fondo vacío de una botella verde y explica sin necesidad alguna que no se trata de un dato, sino de una metáfora, una imagen “sin rumbo, sin desenlace, aunque para dárselos se podría averiguar, primero, si existe de veras la botella y es verde; segundo, por qué está vacía: ¿quién se bebió el líquido, qué líquido era y cuándo sucedió lo que yo denomino ‘la usurpación’ (el despojo de un cuerpo por otro cuerpo en etapas sucesivas: los codos, las muñecas, el dedo índice de la mano izquierda, los tobillos, la clavícula, la cintura, el arco del pie, los huesos de cristal cortado que se estrellan contra la orilla del escritorio)”. La atmósfera paranoica predomina en esta fecha específica del diario. Marina escribe acerca de dos maletas abandonada­s en el pasillo de su edificio —según yo, vive en una casa, pero tendré que revisar de nuevo la carpeta de hojas sueltas— y de los gritos de un tal señor Ricardo: “¡Vecinos, inquilinos: mucho ojo! Por nuestra seguridad debo abrir estas valijas. Pido que sea ante testigos”. Se acercan Marina, la señora del 9 y la portera con su hijo más joven. El señor Ricardo, reverencia­l, se quita la gorra y se inclina con lentitud; abre el cierre de una maleta y luego el de la otra. Se endereza y con la punta del pie levanta las dos tapas. Adentro hay cajas de kleenex, paquetes de papel de baño, bolsas de basura y, en una de las maletas, un neceser con tres cepillos de dientes muy usados. El señor Ricardo decide que llamará “de inmediato a la policía”. En otro párrafo Marina cuenta que Manuel la estuvo regañando: “no te hagas la difícil: en algún momento dejaré de desearte. (Hoy celebro nuestras nupcias. Hoy se convierte en ayer. Míranos vivir, le digo al fantasma)”. La memoria es mística cuando renuncia a un recuerdo; se borra la raya de la luz en la pared donde un pequeño clavo no sostiene nada. No lo he extraído porque prefiero la cabeza de metal a un hoyo. Marina ocupa el centro de las estrategia­s. Tan pronto se entera Manuel de que es discípula (o finge serlo) de Magdalena, insiste en que le pregunte “a la escritora” acerca de su examante, Antúnez. A su vez, Magdalena quiere que Marina divulgue su feminismo sui generis, sus enseñanzas literarias y sus anécdotas sexuales (terreno en el que se considera de vanguardia “gracias a mi astuta concupisce­ncia”).

_ Antúnez no necesita intermedia­rios; busca intensific­ar su presencia por medio de una persistent­e ausencia y Manuel ha sido eficaz para propagar la leyenda del autor recluso. Yo aún no resuelvo el problema de la continuida­d. También utilizo a Marina.

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