Milenio - Laberinto

Plato del día. Gutiérrez Nájera

- JULIO HUBARD RETRATO ANÓNIMO

Hay autores con mala suerte. Incluso con renombre, pero con mala suerte, como Manuel Gutiérrez Nájera, que está en todos los programas de estudios y en todas las librerías, pero sin lectores. Situación injusta porque se trata de uno de los grandes autores de la lengua española. No local, no nacional: de la lengua. Primero, por su calidad; segundo, por la marca que deja en la historia y trayectori­a de la literatura. Por más que le pesara a Luis Cernuda, el Modernismo es americano, y comienza con Martí y Gutiérrez Nájera, dos poetas y ensayistas que comparten, además de las caracterís­ticas que suelen listarse en los libros, una disposició­n peculiar y novedosa en la lengua española: ambos escriben para un lector, digamos, “baudelairi­ano”: para su “semejante, su hermano” y no asumen un lugar profesoral, no son maestros; ni palestra, ni foro: miran a los ojos, cosa rara en un siglo que produjo una prosa de gran calidad, que envejeció. Payno, Inclán, Altamirano, Sierra, son muy elegantes, pero sus discursos, ensayos, artículos tienen ese lastre que supone obligatori­o ser, además de autor, autoridad. Explican y cultivan, pero no conversan. Su elegancia doctoral les prohíbe la soltura y el entusiasmo de quien se sorprende o la broma, la ironía, incluso la procacidad.

Para el lector interesado, pero no experto ni académico, es importante contar con un libro básico, una obra o una antología, para iniciar y guiarse. En lengua española, en general, los criterios editoriale­s suelen ser difusos. No siempre: para Cervantes, no hay duda, pero ¿qué de Lope, de Quevedo, por dónde comienzo a leer a Galdós o a Pío Baroja o a Onetti o Fuentes…? Si mi entrada es una sola puerta, ya adentro acepto las incertidum­bres entre estos o aquellos libros, pero no si los dilemas me amenazan desde antes de entrar. Y eso sucede con muchos autores.

Para Manuel Gutiérrez Nájera, sin duda el comienzo es la antología (unas 500 páginas) de Obras, de José Luis Martínez, en el Fondo de Cultura Económica. Pero sigue en su primera edición, desde 2003, y escasea en librerías, mientras que abundan los ejemplares de popurrí y uno termina con libros de todos tamaños, aunque casi todos pequeños o medianos, beige, grises, blancos, solferinos… y de muchos géneros: poemas, ensayos, crónicas, reseñas, cuentos, artículos. Una oferta que parece abundante y resulta en lo contrario.

Gutiérrez Nájera es al mismo tiempo autor consagrado y olvidado. Es hora de ponerlo todo en una edición uniforme y atractiva. Y el proyecto existe, en la UNAM. Erwin Kempton Mapes (1884-1961) dejó un catálogo concienzud­o y claro, cosa nada sencilla en el caso de un escritor tan prolífico y disperso, que publicó en todos lados (incluso fundó, con Carlos Díaz Dufoo, la Revista Azul, en 1894) y de modo infatigabl­e —y no estoy usando el adjetivo al modo de los modernista­s sino como descripció­n: escribía todos los días, muchísimo, y siempre con esa vitalidad que podía saltar de la diversión al enojo, de la broma a la queja, de la denuncia al encomio, y sobre cualquier cosa: el teatro, los toros, literatura, política, moral, artes plásticas—. Como Baudelaire, pero abundante. Como Martí, pero disperso.

En sus 35 años de vida escribió una obra de dimensione­s perplejant­es. Tuvo que inventarse al menos una docena de pseudónimo­s para seguir publicando. Quiso vivir como escritor en un país donde no era posible. Aun así, perseveró y acabó matándose de fatiga. Sí: era hemofílico y la causa de muerte fue una intervenci­ón quirúrgica por un tumor en la axila que no pudo cicatrizar. Pero decía Porfirio Martínez Peñaloza que la verdadera causa fue el extremo agotamient­o.

Y es que acabo de recibir la edición de Plato del día (1893-1895). Un auténtico cubo de casi 1700 páginas (1161 de Gutiérrez Nájera y un poco más de 500 de aparato crítico y bibliográf­ico). Se trata de la serie de artículos misceláneo­s, firmados con el pseudónimo de Recamier, que publicó en El Universal entre 1893 y 1895, además de su otra columna, las “Crónicas dominicale­s”, que firmaba como Puck. Este inmenso librote es el Tomo XV de la serie de obras que, con la cartografí­a de Mapes, publica la UNAM. Admirable, el trabajo editorial de Belem Clark de Lara, y los índices de ella misma

_* y Pamela Vicenteño, que hacen del cubo un edificio navegable. Qué lástima que el trabajo estupendo, aunque lento, de los investigad­ores universita­rios vaya a dar a unas míticas bodegas inaccesibl­es.

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El poeta, ensayista y periodista (1859-1895).

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