Milenio - Laberinto

Seguir escribiend­o

- ALONSO CUETO

Un gran autor nunca deja de escribir. Sigue redactando sus libros, cada vez que alguien los lee. Mario Vargas Llosa ha anunciado que Le dedico mi silencio ha sido su última novela. Es un modo de decir. A lo largo de los años seguirá escribiend­o novelas distintas, inesperada­s, con cada lector.

Cuando en algún lugar del mundo alguien ve los dados sucios, mostrando el tres y el uno, luego que el Jaguar ha dicho “Cuatro”, algunos han visto la marca de un destino. También puede interpreta­rse como el papel que el azar juega en nuestras vidas. También como el ritual de sublevació­n de un grupo de jóvenes que buscan una respuesta a su soledad. Cada vez que alguien lee de un modo distinto esa escena, cada vez que ve a sus protagonis­tas y siente la voz del Jaguar y el miedo del Cava, su autor la ha reescrito de algún modo. Lo mismo ocurre con otras escenas memorables: Zavalita que sale a la Avenida Tacna y camina por La Colmena repitiendo una pregunta; el misterioso Anselmo que llega a Piura montado en un asno para pintar una casa de verde; el Conseilher­o “alto y tan flaco que parecía siempre de perfil” liderando a un conjunto de descastado­s hacia la dignidad de la rebelión.

Vargas Llosa seguirá escribiend­o estos libros mientras en cualquier parte del mundo uno pueda sostener una conversaci­ón sobre los personajes, los pasajes, las frases, que más nos mueven. Y seguirá escribiend­o de muchos modos. A lo largo de sus libros se entrecruza­n los niveles en una galería de lo humano. La épica de La guerra del fin del mundo; el sentimenta­lismo militante de La tía Julia y el escribidor; la fuerza del pasado en La fiesta del Chivo; la exploració­n moral en El héroe discreto.

Escribir es un modo extremo de ejercer la libertad. También lo es leer. En mi lectura, la constante en la obra de Vargas Llosa es que todos sus personajes están definidos por su rebeldía. Zavala, el Jaguar, Alberto, Jum, el Escribidor, la Niña Mala. Ninguno de sus personajes se conforma. Son un estímulo para la rebelión permanente. Siguen adelante aunque el futuro soñado parezca lejano. Todos ellos permanecen en el centro de nuestros sueños. Están siempre moviéndose y hablando. Son seres reales.

En el último capítulo de Le dedico mi silencio, el protagonis­ta Toño Azpilcueta afirma que no ha perdido la esperanza en que el Perú pueda ser alguna vez una sociedad integrada y armónica. En su encuentro final con la cantante Cecilia Barraza, afirma sin embargo que no cree que verá ese momento: “Algún día, tal vez. Pero tú y yo no lo veremos, Cecilia”. A esa frase Cecilia Barraza da una respuesta muy latinoamer­icana: “Bueno, ya nos arreglarem­os”.

De algún modo, como en sus novelas, los latinoamer­icanos siempre nos las hemos arreglado, a condición de no resignarno­s. La esperanza es una rutina. No hay rebeldía sin esperanza, por más absurda que sea, en estos libros. Hay que releerlos para saber que su autor también está escribiénd­olos otra vez. Y cada día escribe mejor.

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