El magisterio de los lunes
PA mí me tocaba escucharlo y aprender. El buen manejo del lenguaje era su principio
asado el tiempo, la opinión de un escritor mexicano expresada hace décadas se mantiene vigente: quien aspire a ser escritor y no vaya a proponer sus textos al suplemento cultural o revista que le guste no tiene nada que hacer en el medio literario. Cuando me tocó seguirla — en la segunda mitad de 1990—, el suplemento por el que aposté fue El Semanario Cultural de Novedades dirigido por José de la Colina. Si entre amigos y colegas digo que era mi suplemento, se debe a que las circunstancias me permitieron como lector seguirlo desde su nacimiento hasta poco más de veinte años después cuando terminé como su jefe de redacción.
Eduardo Lizalde y De la Colina crearon El Semanario Cultural; el director era Lizalde y De la Colina fungía como jefe de redacción. No mucho después, Lizalde dejó el suplemento y la dirección recayó en De la Colina. Cuando yo llegué a proponer mi primera colaboración el equipo lo completaban Juan José Reyes como jefe de redacción, Noé Cárdenas como secretario de redacción y Moramay Kuri como fotógrafa. Yo llevaba una notita musical para una sección miscelánea, pero Noé Cárdenas me señaló que mejor hiciera una reseña de un libro y mejor si era sobre un asunto mexicano. Mi primer aprendizaje indirecto de lo que era De la Colina como director fue ese: en El Semanario debería haber un equilibrio entre las notas internacionales y las locales.
En las tertulias que se hacían en la redacción los lunes, que era el día en que se entregaba el material y se preparaba el nuevo número, De la
Colina ejercía su magisterio sin pose alguna; a mí me tocaba escucharlo y aprender. El buen manejo del lenguaje era su principio. Él decía que quería alguien que en principio redactara bien; si tenía talento como escritor, eso se vería después. Ya siendo yo parte del equipo, sus indicaciones eran más precisas. Cuando llegaba una entrevista llena de muletillas orales, exclamaba: “Pues transcríbanle también los gases” (y aquí uso un eufemismo). Juan José Reyes y Noé Cárdenas me contaban de su carácter explosivo cuando la edición no estaba saliendo según sus exigencias de calidad. Conmigo su carácter se apaciguó. Las pocas veces que afloraban sus furores era cuando se daba cuenta de una palabra mal empleada o una figura que para él no tenía sentido como “dueño de una pluma febril”. Quien lo hiciera, lo más seguro era que ya no volviera a colaborar. Su mayor enseñanza fue que el objetivo al editar un suplemento era ser amable con el lector, hacerle leve la lectura.