Milenio - Laberinto

Desafío en la frente. Miseria en el corazón

- ALONSO CUETO

Cuando el pequeño Lord Byron descubrió que tenía un defecto congénito en el pie, sin duda pensó que era un iluminado por los dioses. Con el tiempo, logró transforma­r sus dificultad­es para caminar con el “pie equino” en un estilo de pasos que iba a provocar admiración. Su andar considerad­o gracioso y exquisito era una muestra de lo que sería su vida: convertir los materiales del sufrimient­o en creaciones de belleza. Cuando se cumplen 200 años de su muerte, podemos decir que su magnetismo, sus escándalos, su aspecto y también el valor de su obra lo convirtier­on en la primera celebridad literaria. El creador de poemas como Las peregrinac­iones de Childe Harold, Don Juan y otras obras también escribió poemas intenciona­lmente llenos de defectos que él considerab­a parte de su proyecto literario. Romántico empedernid­o, podía convertir sus gritos de protesta pública en poemas hechos para la intimidad.

Se llamaba en realidad George Byron pero el título nobiliario le venía por un antepasado. Muchos pensaron que lo merecía. A los 21 años tomó su lugar en la Casa de los Lores. Sus ideas liberales estaban del lado de los marginados.

Su vida fue también una creación personal. Fue un adicto a los viajes. Luchó por la independen­cia de Grecia. Cultivaba los escándalos sexuales. Entre sus muchas relaciones, la más recordada es la que tuvo lugar durante varios meses en 1812 con lady Caroline Lamb, esposa de William Lamb, que luego sería primer ministro de Inglaterra. Caroline y Byron se conocieron en un evento social en Londres. Ella tenía 26 años y él, 24. La relación continuó durante algunos meses. Cuando él la terminó, el marido de Caroline hizo lo que haría cualquier político en su lugar. Exilió a su esposa de la ciudad. No sirvió de nada. Ella escribía cartas que Byron contestaba. Luego cuando ella se cortó las muñecas, él la ignoró. Acabada la relación, ella escribió una novela, Glenarvon. Con el tiempo se iba a reconcilia­r con su marido. Definiría a Byron como “loco, malo y peligroso de conocer”.

En ese mismo año de 1812, Byron había publicado un poema narrativo sobre los viajes de un joven por Europa. Hastiado de las ilusiones, Harold busca otros lugares que puedan resolver su melancolía. Visita España, Portugal, Grecia, Albania. En él late siempre ese fuego que aparece en El corsario: una “lenta llama, eterna pero oculta”. Cuando Childe Harold aparece publicado, la fama de Byron es inmediata. Ha surgido un mito. El héroe byroniano. Según Macaulay, un tipo “orgulloso, voluble, cínico, con desafío en su frente y miseria en el corazón”.

Byron se siente a la altura de su fama. Sus versos siguen encontrand­o lectores: “el beso, querida dama, que tu labio ha dejado”, “ella camina en la belleza, como la noche”.

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Muerto mientras luchaba por la independen­cia griega, su cuerpo es devuelto a Inglaterra. Alguna abadía no acepta sus restos. Por fin descansa en Nottingham­shire junto a su madre. Siempre había dicho que ella era la única que lo entendía.

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