Milenio - Laberinto

Rugidos desde las entrañas

- VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismo­victor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA LOS TIGRES DEL NORTE

Rugen los tigres en la oscuridad repentina y, de pronto, unos reflectore­s flashean al ritmo de ráfagas de metralleta: ta-ta-ta-ta-ta. Enseguida suenan los primeros acordes de “La camioneta gris” (el acordeón, el bajo, la batería) y el público erigido en jauría roza la histeria. Arranca (se oye) el motor de la camioneta de Pedro Márquez y su novia, “con placas de California” y cargada de “cien kilos de la fina”, las luces iluminan al quinteto norteño y el Palacio de los Deportes de Madrid retumba con Los Tigres del Norte sobre el escenario.

Aplaude, grita, baila y se emociona el grueso de la diáspora latinoamer­icana en España, mientras los músicos les sacuden o acarician el alma. Abundan los sombreros texanos, las botas, los pantalones vaqueros ajustados, las cervezas y las banderas de casi todas las naciones hispanas del otro lado del océano. Aquí estamos los migrantes, dispuestos a escuchar nuestras historias con nostalgia y coraje. Jorge Hernández da las buenas noches a Madrid y saluda al embajador de México en España, presente en primera fila, pero el respetable responde con un sonoro abucheo. Pone la calma el corrido de “José Pérez León”, que de mojado se fue, con sus ansias de crecer, para jamás volver.

El sentimenta­lismo arrecia con “La carta”, la historia de un mojado que no ve a su madre desde hace trece años y que un día se encuentra a este grupo en un baile gabacho y le pide que le lleve una carta a su viejecita, aprovechan­do que ellos vienen y van. En la era de la comunicaci­ón instantáne­a el relato parece desfasado, pero la letra de la canción libera algunas lágrimas y aplausos solemnes. Esta noche, sin embargo, el ánimo no ha de caer y la situación se compone “con la siguiente melodía”, “Quiero volar contigo”, con la que aparecen seis bailarinas vestidas de rojo, que ya las quisieran en el mismísimo Moulin Rouge de París.

Cuando Jorge Hernández, líder de la banda con su acordeón como cetro, entona el clásico “Ni parientes somos”, alargando las notas casi hasta la asfixia, el público lo arropa con una avalancha de gritos. “Ya vemos que se saben todas”, espeta después

Hernández, “así que la siguiente la cantan ustedes nomás”. Entonces suena “La mesa del rincón”. No hay tequila, pero eso no impide cantar con despecho y desgarro a quien alguna vez nos dejó. La traición se acentúa con la historia de “Pedro y Pablo”, alternándo­se la voz grave del propio Jorge y la voz nasal y aguda de su hermano Hernán.

Más de medio siglo llevan estos hombres bien conservado­s siendo “la voz del pueblo”, con millonaria­s ventas de discos, conciertos multitudin­arios, un titipuchal de premios y una relevancia cultural innegable a nivel internacio­nal. Por eso ahora, en el coloso madrileño, muchos desafían a los guardias de seguridad y se acercan al escenario para aventarles las banderas de sus respectivo­s países. Hernán recoge la de Guatemala y en un instante la anuda a su bajo eléctrico. Jorge

Abundan los sombreros texanos, las botas, los pantalones vaqueros ajustados

pesca la de Colombia y la de Nicaragua y la de El Salvador y, una a una, se las va poniendo en el cuello para confeccion­ar una gruesa bufanda multinacio­nal.

Son un conjunto norteño, pero siempre se han nutrido de las rancheras y para demostrarl­o irrumpen diez mariachis con el “Son de la negra”, mientras en las pantallas aparece la bandera mexicana. La cortesía, no obstante, es sello de la casa y también suena un paso doble, acompañado por gritos de ole, con la bandera española al fondo. Hermanados los dos extremos del Atlántico, el show continúa con un sentido homenaje al cancionero de Vicente Fernández.

Esto va de “celebrar al pueblo, no a la falsa sociedad” y los Tigres saben que no los dejaremos irse sin que nos den cuenta de Camelia la texana y de Teresa Mendoza. Ya en territorio narco, además se escuchan “Pacas de a kilo” y, por supuesto, “El jefe de jefes”, crónicas de nuestro tiempo. Vamos rumbo a las tres horas de gritos, bailes, aplausos y rugidos desde las entrañas, con el soft power de México a su máxima potencia, pero los cantantes todavía ofrecen un rato de complacenc­ias. El broche final lo ponen con “América”, himno que iguala y une a todos los presentes. Lo que pasa es que han tardado catorce años en venir a España y queremos más. Ya se les ve agotados, pero se rinden al público insaciable con “Tres veces mojado”. ¿Otra? ¡Otra! Entonces todos corean “Somos más americanos” y el grupo, antes de irse a recorrer media península ibérica, recibe un aplauso de cuatro minutos y medio.

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Los Tigres del Norte.

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