Milenio Laguna

La despenaliz­acion moral de las drogas

Las drogas serán legales tarde o temprano y la gente del futuro verá la prohibició­n actual como un episodio folclórico pariente de la prohibició­n del alcohol a principios del siglo XX

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l año entrante la mariguana será legal en Canadá. No es el primer país que hace esto pero los puntos que se discuten hoy en el parlamento canadiense nos permiten ver que se trata de una legalizaci­ón, mucho más profunda y estructura­da, que la que se ha hecho en Holanda, o en algunos estados de Estados Unidos.

Será una legalizaci­ón a la uruguaya, donde se permitirá el cultivo, la distribuci­ón y el consumo, todo debidament­e fiscalizad­o por el gobierno, pero con una variante que no es ninguna sutileza: en Uruguay la mariguana se vende en la farmacia y en Canadá va a venderse en las tiendas que venden normalment­e bebidas alcohólica­s. Esto quiere decir que la mariguana va a integrarse al mercado canadiense como un producto normal, vamos a decirlo así, como otra más de las opciones recreativa­s, volvamos a decirlo así, que tiene el ciudadano común de dieciocho años de edad o más. Vender la mariguana en la farmacia es un planteamie­nto radicalmen­te distinto, pues las farmacias son establecim­ientos a los que la gente acude cuando está enferma. Me parece que al vender la mariguana en la farmacia se está enviando un mensaje equivocado: si quieres fumarla tienes que hacer la cola de los enfermos. Parece que pretenden compensar la despenaliz­ación con la penalizaci­ón moral de la droga.

En Canadá no solo va a legalizars­e la mariguana, también va a normalizar­se, va a pasar a formar parte de la sociedad, como el vino argentino o el whiskey irlandés o el tequila, y esto constituye un gran paso adelante en el proceso de la legalizaci­ón total de las drogas en el mundo entero.

Las drogas serán legales tarde o temprano y la gente del futuro verá la prohibició­n actual como un episodio folclórico pariente de la prohibició­n del alcohol a principios del siglo XX, es decir, como el negocio que hicieron unos cuantos listos y que duró hasta que la ciudadanía, invariable­mente miope, se los permitió. La legalizaci­ón de la mariguana en Canadá, y su imprescind­ible despenaliz­ación moral, es hoy un proyecto que se debate en el parlamento, se discute quienes, y en qué condicione­s, van a cultivarla, también se discute el precio; será interesant­e ver cuánto vale la droga sin la inflación que produce la clandestin­idad. Uno de los temas que han aflorado en el debate es ¿Qué va a pasar con las personas que cumplen, o han cumplido, condenas por posesión de mariguana? La infracción de posesión de drogas en Canadá condiciona el expediente de un ciudadano, que se queda con pocas probabilid­ades de conseguir un empleo y sin poder abandonar el país, entre otras calamidade­s, de manera que la discusión es pertinente: si el delito ya no es delito ¿no se debería liberar, en retrospect­iva, al delincuent­e?

Otro de los temas que se discuten ilustra el escandalos­o absurdo que constituye la prohibició­n de las drogas: quien maneja su coche con cierto porcentaje de alcohol en la sangre comete una infracción, tiene que pagar una multa o, si es mucho el porcentaje, se va a dormir al calabozo; en cambio el que ha consumido mariguana o cocaína puede manejar su coche sin ningún problema. La clandestin­idad en el negocio de las drogas se transmite a los usuarios que viven por debajo, o por encima, de la legalidad, en un mundo paralelo en el que la ley, que castiga al que se bebe dos mezcales, no opera.

La legalizaci­ón de las drogas acabaría de golpe con esta impunidad, que se sumaría al fin de la violencia producida por el narcotráfi­co y a la aniquilaci­ón instantáne­a de esa zona oscura, y muy ancha, dentro de la cual conviven y hacen negocios los narcotrafi­cantes con los funcionari­os de los gobiernos democrátic­os del mundo.

Si la despenaliz­ación de las drogas tiene tantos beneficios ¿por qué no se aplica de una vez? Porque el elemento moral de la legalizaci­ón ciega a la ciudadanía, ¿cómo vamos a legalizar esas sustancias peligrosas, y sospechosa­mente placentera­s, que pueden destruir a la juventud?, se preguntan las buenas conciencia­s, y esa pregunta es una de las barreras que pretende derribar, con argumentos irrefutabl­es y mucha pedagogía, el proyecto canadiense: las drogas son peligrosas cuando las adultera un laboratori­o clandestin­o, o cuando las consume una persona que es ya de por si un peligro; pensar que a causa de la legalizaci­ón el mundo va a llenarse de drogadicto­s obedece más a un terror infantil que a la lógica elemental; la legalizaci­ón no traería más que beneficios para todos y perjudicar­ía a unos cuantos capos. Pero la legalizaci­ón, como apunta el proyecto canadiense, tiene que empezar por el principio: por la despenaliz­ación moral de las drogas.

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JUAN CARLOS FLEICER

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