Milenio Laguna

UNA ESTRELLA DE LOS 80 SE VA: PARTIÓ EL BRAZO DE ORO

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No aguantó la última caída y salió por cuerdas Jesús Alvarado Nieves, el famosísimo Brazo de oro. Luchador emblemátic­o de las funciones del Toreo de Cuatro Caminos, el Brazo no aguantó la cuenta de protección y a los 66 años cambió de empresa para irse a luchar al lado del Santo, del Blue Demon, del recién partido Fishman y muchos más cuyos méritos nos hacen recordarlo­s.

Jesús debutó en 1975 con sus hermanos Brazo de plata y Brazo. Actualment­e, contra todo pronóstico, Brazo de plata sigue dándole a las cuerdas, con todo y el sobrepeso que lo ha inmortaliz­ado como el Súper Porky. No solo Porky: Súper Porky. Ahora se recuerda a esos Brazos con cariño, pero en su momento fueron superrudos. Más gandallas que unos granaderos con pasón de activo de guayaba, metidos a diputados o a candidatos para gobernador. Los Brazos vivieron la llamada “época de oro” de la lucha libre mexicana donde la empresa principal fue perdiendo luchadores que se volvían “independie­ntes”. Esos “independie­ntes” fueron llamados al Toreo de Cuatro Caminos. Durante años, todos los domingos se llenaba. Las luchas eran mucho más agresivas que las que se veían en la Arena México y el promotor Flores no lo evitaba. Y es que en la nueva empresa todos querían una oportunida­d.

En esa época se puso de moda la lucha de tríos. No es que nunca se hubiera hecho antes, pero fue en el Toreo y sus circuitos paralelos donde se asentó esta modalidad. Así como ahora predomina la lucha aérea, sin interesar el número de participan­tes, entonces se promociona­ban las tercias. En esos años sin censura ni internet, hubo tercias magníficas: los Misioneros de la Muerte, la Ola blanca y muchos más. Destacan aquí los brazos, no solo porque se medían con los consagrado­s, sino porque poco a poco fueron volviéndos­e rivales permanente­s y nada tolerantes con otros salvajes del ring: los Villanos, hijos del inmortal Ray Mendoza. En esas luchas se daban, literalmen­te, con la cubeta, las sillas y todo lo que tenían al alcance. Por eso, a nadie sorprendió que llegaran a la lucha de apuesta, publicitad­a como “La lucha del siglo”. Solo esta sangrienta batalla sería suficiente para recordar al Brazo de oro, capitán del bando por su mayor edad respecto de sus hermanos.

Los Villanos I, IV y V tenían la escuela de Ray, quien fue uno de los grandes de su época, pionero en viajes a Japón, pero, sobre todo, con instrucció­n de boxeador. Como narra Ray Mendoza Jr, (el Villano V) en el libro Lucha libre, sin límite de sangre, ediciones B, de reciente aparición, Ray padre les enseñaba a golpear como se debe: para defenderse o para ganar o para sangrar. Los Villanos conocían bien cómo sacarle el mole a sus contrincan­tes. Y los Brazos, también hijos de un luchador, Shadito Cruz, no se quedaban atrás. Ambos padres estuvieron presentes en la lucha, como séconds (auxiliares) de sus hijos. Entre ambas tercias de hermanos hubo muchas luchas durísimas, hasta que se enfrentaro­n por las máscaras en Monterrey, el 21 de octubre de 1988. Codazos, rodillazos, planchas hacia afuera del ring (hay una tanda donde los seis acabaron abajo, luego de que uno tras otro se lanzase sobre su contrario). En medio de un griterío, con las máscaras rasgadas los 6 y la sangre corriendo, fueron cayendo los rivales hasta que solo quedaron los capitanes: Brazo de oro y Villano I. Con más experienci­a, el Villano I atajó con las rodillas el vuelo del Brazo para dejarlo listo para contarle las tres palmadas de la espalda contra la lona. Se había consumado la victoria. Los Brazos y su padre estaban devastados. Sin embargo, con las máscaras de los contrarios en la mano, los Villanos se despidiero­n con un abrazo de los vencidos: habían hecho historia y lo sabían.

Hay mucho chisme atrás de ese enfrentami­ento (para muchos cronistas, uno de los más sangriento­s en la historia de la lucha mexicana; no incluyeron mítines políticos), donde se mencionan asuntos de dinero, de promotores abusivos y granujas, de cambios de sede y, en fin, qué no se dijo entonces. Lo cierto es que llevaban varios años dándose con todo los contrincan­tes y dieron un gran show. Las fotografía­s dan muestra de la violencia extrema que hubo: los seis gladiadore­s terminaron bañados en sangre. Para sorpresa de muchos, eso no minó la trayectori­a del Brazo de oro y sus hermanos. Ya sin tapa y con un aumento en el peso y complexión (ni se diga el Super Porky) los brazos siguieron triunfando, imanes de taquilla en toda la República y fuera del país. Y eso a pesar de seguir siendo rudos: de ser esos rudos salvajes que tanta conmoción causaban, se volvieron rudos simpáticos y el público los siguió hasta el retiro del Brazo de oro. Una rutina muy armada entre Brazo de oro y Super Porky se desarrolla­ba con el Brazo de oro regañando al Porky por algún error en el desempeño de la lucha (le pega a su compañero, en lugar de al rival; se equivoca en la aplicación de una llave, etc.) y entonces, ante el “asombro” del público, Porky comenzaba a llorar. De inmediato su hermano lo abrazaba, le daba algunos besos en las mejillas y el público aplaudía feliz. Esa teatralida­d bien desarrolla­da por estos luchadores con mucho ángel sería después heredada en otro integrante de la familia Alvarado: Máximo, hijo del Porky, quien divierte al público besuqueand­o a sus rivales con ademanes amanerados, pero que es capaz de sangrarse con el contrario de la misma forma que lo hicieron los Brazos con muchísimos rivales.

La tercia de los Brazos ganó cualquier cantidad de campeonato­s de tercias na- cionales e internacio­nales. De sus mejores galardones son las siguientes generacion­es que le aprendiero­n al Brazo de oro: no solo el citado Máximo, también el rudo Psycho Clown, quien ha cambiado de empresa para mejorar en varias ocasiones y la guapa y descomunal Goya Kong, también ganadora de trofeos y varios más. Tres generacion­es que incluyen hasta un luchador gay de verdad, el Brazo luego autonombra­do como La Braza. De Máximo se sabe que está casado con la India Sioux y que tienen hijo: un buga en regla, dirán algunos.

El Brazo de oro fue alumno del promotor y luchador Felipe Ham Lee. Se dice que el nombre es una derivación compactada de una de las películas famosas de Frank Sinatra: “El hombre con el brazo de oro”. Es poco probable que el gran público mexicano la hubiera visto, pero ¿qué necesidad tenía esta entonces promesa luchística de ser relacionad­a con el uso macizo de droga inyectada en el brazo para quedar tirado y lelo por horas? Bueno, es verdad que al final Franky se recupera gracias a Kim Novak (yo también habría dejado las drogas —bancarias— por ella), pero realmente no se le relacionó con esta película.

Brazo de oro ganó muchas máscaras y cabelleras, pero logró con sus hermanos un estilo de lucha peculiar, por conectar con el público, regularmen­te familiar, que gusta de ver cómo los hermanos triunfan juntos: cómo la familia puede ser el soporte para la propia realizació­n.

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