Milenio Laguna

- Oscar Hernández vademecum_64@yahoo.com.mx

a fascinació­n por el ombligo es algo asombroso; una parte del cuerpo humano que a simple vista no tiene nada de atractivo; por momentos puede resultar insignific­ante si se le compara con los ojos o los labios; sin embargo el ombligo sigue siendo un motivo de orgullo y presunción para artistas; lo lucen y pasean por las playas, las mujeres usan blusas que dejan entre ver su ombligo; otras lo resaltan con el empleo de un piercing o tatúan una imagen cerca del ombligo. Desde el punto de vista médico el ombligo no es otra cosa que una cicatriz; pero no es cualquier cicatriz; esta huella representa nuestro origen, nuestra maternidad; nuestro nacimiento; cicatriz que nos acompaña desde el nacimiento hasta la muerte. En el museo del arte de la ciudad de Houston, hubo una exposición de Ron Mueck un escultor, cuyo propósito es plasmar en grande escenas cotidianas del ser humano; él propone que solo magnifican­do al cuerpo humano, se puede observar su perfecto diseño. Una de sus obras destaca a una mujer parturient­a;

dando a luz con su hijo en su regazo aun unido a ella a través del cordón umbilical; ese es un momento cumbre, donde el recién nacido será literalmen­te separado de la madre al cortar el cordón umbilical; ya nunca más volverá a estar unido a su madre; no volverá alimentars­e de su sangre. El cordón umbilical estéticame­nte es feo; tortuoso y morado; lo mismo sucede con el ombligo, una cicatriz en forma de orificio, habitado por pelusa y cerumen. Pero a pesar de todo, el ombligo nos atrae y seduce porque nos recuerda lo que fuimos; representa la nostalgia del seno materno; el ombligo es la huella, el rastro hacia el paraíso perdido.

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