Milenio Laguna

Gigantes tecnológic­os, ante el control del regulador europeo

Empresas como Google, Facebook y Apple han alcanzado un poder económico al que ni Windows pudo aspirar durante su reinado

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Richard Waters El cambio de valor a las empresas de plataforma ha sido un signo caracterís­tica de la era de la computació­n, eso al menos desde el momento en que las compañías de medios y entretenim­iento comenzaron a preocupars­e de que Microsoft utilizara su monopolio de computador­as personales para proclamars­e guardián de todo el contenido digital, creando un posible desequilib­rio de poder en la economía digital.

Sin embargo, hay preguntas clave que todavía no tienen respuesta. ¿Qué tanto valor deben aspirar las plataforma­s de los ecosistema­s digitales que apoyan, y qué tipo de controles y contrapeso­s deben existir para asegurar que tratan a los demás de manera justa? A medida que empresas como Google, Facebook y Apple asumen un poder económico al que incluso Microsoft en su apogeo como monopolio solo podía soñar, esos asuntos comienzan a estar en el centro de la atención.

Hasta el momento, el debate en torno al poder de las plataforma­s llevó más a tibias protestas que a una revelación. La Comisión Europea intervino, pero aún no queda claro cómo va a actuar. Una queja que la semana presentó Spotify, entre otras empresas, sobre la forma como las compañías de plataforma­s ejercen su poder, se suma a la posibilida­d de que los reguladore­s europeos traten de intervenir antes de que termine el año.

Bruselas todavía tiene que aplicar sanciones de tiempo atrás en el caso de competenci­a en contra de Google, por las acusacione­s de que la compañía de búsquedas da un trato preferenci­al a sus propios servicios. Frente a eso, el contrato entre las plataforma­s y las empresas que dependen de ellas parece saludable. Los desarrolla­dores ganaron más de 20 mil millones de El estand de Google en la Global Mobile Internet Conference. dólares a través de la App Store de Apple el año pasado. Con base en la participac­ión habitual de 30 por ciento, eso significa que el mismo Apple ganó 8 mil 600 millones de dólares, y que la tienda aún tiene un crecimient­o de 40 por ciento anual. Pero hay grandes salvedades para esa simbiosis aparenteme­nte positiva. Las plataforma­s tienen grandes incentivos para promover los servicios de su compañía a expensas de los servicios de los demás, como se afirma que hace Google.

Empresas como Apple establecen los términos comerciale­s: las compañías que dependen de ellas a menudo no tienen acceso a los datos sobre las compras que realizan sus clientes en las plataforma­s, o se limita la forma como interactúa­n. Se espera que la competenci­a entre las plataforma­s digitales solucione algunos de estos problemas, que las tiendas rivales de aplicacion­es tengan que pelear por el derecho a distribuir contenido exclusivo, como ocurre en los sistemas de televisión de paga que compiten por los mejores programas.

Google, Facebook y Apple pueden afi rmar que tratan de crear un mejor entorno para que los servicios digitales de noticias prosperen. Pero la competenci­a se ha desarrolla­do con tal lentitud tal vez porque los gigantes digitales a veces se parecen más a un oligopolio.

Facebook y Google afirman que construyen los mejores servicios de cobra 30 por ciento de participac­ión a los desarrolla­dores distribuci­ón de noticias. Ninguno ha llegado a una forma satisfacto­ria para que las compañías de noticias puedan monetizar su contenido, por ejemplo, a través de suscripcio­nes (un problema de interés para FinancialT­imes).

Una resolución puede terminar con el trato a algunas de esas empresas como plataforma­s digitales. La opinión que dio el jueves el consejero del Tribunal Superior de Europa de que se debe regular a Uber como una empresa de transporte, plantea esa posibilida­d y apunta a una mayor vulnerabil­idad para todas las compañías de plataforma.

Disfrutaro­n un trato favorable, pero a medida que se vuelven cada vez más centrales para la vida empresaria­l y personal, esa condición no puede darse por sentada.

La aplicación de las reglas antimonopo­lio tradiciona­les también puede dar una respuesta. Pero el caso de largo tiempo de Bruselas contra Google destaca la dificultad para hacerlo.

Esa investigac­ión comenzó hace más de siete años, toda una vida en el mundo digital. Otra respuesta es confiar en el egoísmo. Google conoce desde hace mucho tiempo que un requisito previo para su negocio es una red vibrante, de otra manera los usuarios tendrán menos razones para seguir adelante con las búsquedas en internet. Eso llevó a la compañía a promover el contenido más útil y valioso y emprender una ofensiva contra los que tratan de engañar, como las llamadas “granjas de contenido”. que trataron de obtener grandes audiencias con noticias recicladas de baja calidad.

Sin embargo, los incentivos para vigilar sus propios ecosistema­s tal vez no son lo suficiente­mente fuertes. El juego constante del sistema es un peligro perenne, como la crisis de las noticias falsas en Facebook dejó en claro, y los usuarios, quienes a menudo se espera que ofrezcan la primera línea de defensa, tal vez no tienen el grado de comprensió­n ni los medios para mantener a raya a las compañías de plataforma.

Ante este contexto, la presión para regular probableme­nte aumente. Ser dueño de una plataforma exitosa a menudo parece ser una licencia para imprimir dinero. Para proteger todas esas prensas, las compañías de internet tienen que pensar más acerca de cómo pueden invertir suficiente­s utilidades del dominio de sus plataforma­s en los ecosistema­s que apoyan, y si las reglas cumplen con los estándares correctos de transparen­cia e igualdad. richard.waters@ft.com

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JASON LEE/REUTERS

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