La contaminación en Ciudad de México
Enrique Norten
En las últimas semanas los capitalinos hemos sufrido las consecuencias de una muy alta contaminación. Hemos superado casi todos los días los 150 puntos considerados como límite aceptable por el muy nuestro Índice Metropolitano de la Calidad del Aire (Imeca).
Los niveles del nocivo gas ozono en la atmosfera capitalina han superado los parámetros tolerables, lo que ha condenado a activar la odiada “contingencia ambiental”. También ha provocado una airada discusión entre las distintas instancias responsables de nuestro medio ambiente y una serie de acusaciones multilaterales, todas deformadas y muchas fuera de lugar.
El jefe de Gobierno de la Ciudad de México insiste, con razón, en que la calidad del aire de nuestra metrópoli es mucho mejor que hace 15 o 20 años, lo cual no es atribuible a ninguna acción que corresponda a su buen gobierno.
Esta mejoría se debe principalmente a la afortunada emigración, durante estos últimos años, de la mayoría de la industria contaminante, debido al alto costo de la tierra y la propiedad.
Igualmente ha contribuido la sustitución del “parque vehicular” por autos más nuevos y con motores más eficientes en el procesamiento del combustible, y el uso de los convertidores catalíticos, así como la composición misma de las gasolinas.
Ha ayudado también la reforestación de ciertas zonas del Valle de México (bueno —con emoji—) y la excesiva e innecesaria pavimentación de la ciudad (malo —con emoji—), que ha reducido las cantidades de partículas de polvo suspendidas (PM10).
No hay duda de que estos niveles de contaminación pueden ser nocivos para nuestra salud, como nos lo han repetido reiteradamente. Las disposiciones y recomendaciones emitidas por las autoridades, incluyendo el impopular y muy poco efectivo Hoy no Circula, seguramente ayudan a aminorar estos padecimientos, pero de ninguna manera resuelven el fondo del problema urbano que padecemos.
Este conjunto de medidas no es más que “una aspirina” para
Una ciudad compacta, con una buena red de transporte público, es a lo que debemos aspirar
un cáncer muy agresivo. Nuestras autoridades están enfocadas en atacar el “dolor superficial”, mas no en eliminar el maligno tumor que lo provoca.
Sabemos que más de 40 por ciento del problema de la contaminación se debe a la muy excesiva cantidad de automóviles que circulan en la capital de México, y que recorren largas distancias en condiciones de fluidez muy limitada.
Nuestra particular y muy especial geografía no ayuda. El tráfico que padecemos, y la contaminación que éste provoca, es uno de los síntomas —junto con la inseguridad— de una enfermedad urbana mucho más delicada: la extensión, la dispersión, la falta de densidad y la sectorización de usos de la Ciudad de México.
Por supuesto, las importantes concesiones que se han hecho —y se siguen haciendo— al automóvil sobre las personas han empeorado este viciado escenario.
Hace poco escuché decir, con razón, a mi amigo el urbanista Vis- haan Chakrabarti (ex director de Planeación de NY): “La mejor y más eficiente infraestructura es la que no se necesita”.
Nuestro mayor problema es la necesidad de los habitantes de la Ciudad de México de desplazarse. Es indispensable recuperar la posibilidad de estar más cerca unos de otros y ocupar un territorio más reducido. Es necesario poder vivir más próximos a nuestros centros de trabajo, de educación y de abasto. Debemos contar con los mínimos servicios que requerimos más cercanos a donde desarrollamos nuestras vidas.
Una ciudad más compacta, o bien una constelación de centros urbanos completos de mayor densidad, de usos múltiples y de demografía diversa, conectados entre sí por una buena red de transporte público, es probablemente a lo que debemos aspirar.
Este modelo de ciudad también ayudaría a combatir la desigualdad y a reducir la pobreza, mejoraría la seguridad, elevaría los niveles de educación y cultura y nos ofrecería la oportunidad de una mayor cohesión social. También viviríamos más felices y en paz con nuestra ciudad, y de seguro los niveles de Imeca disminuirían significativamente.