Milenio Laguna

México haría un registro de extranjero­s que vivían aquí

Sí eran bastantes, igual se haría porque venía una nueva oleada migratoria. Más los que faltaban. Y también para ver a quienes iban a sacar del país

- Cecilia Rojas

Yautoridad­es gringas hablaban sobre la vigilancia con las fronteras, más que nada con la de México, quesque para que Pancho Villa no volviera a caer por ahí, dañando intereses. Para evitar el paso de bandoleros, se destinó a una buena cantidad de vigilantes.

Pasó lo que iba a pasar; los alemanes se manifestar­on en las calles para pedir que se firmaran los tratados de paz. Estaban hambreados, tristes, derrotados. Una situación sin equivalent­es previos en la historia.

Aparte que por ahí por el Rhin estaba el mariscal Foch con sus bigototes, amenazante, ansioso por que no le decían si iba a atacar o no. El si quería, y ya había dicho. Faltaba que le dieran autorizaci­ón.

El presidente gringo Wilson, en ensayos de lo políticame­nte correcto, declaraba en tanto que su país no iba a decidir nada hasta que el Senado gringo autorizara. Como si le importase, por que de todos modos el hombre hacía lo que le daba la gana.

Rusia publicó un tratado secreto, tan secreto, que se supo en los periódicos del mundo, y que había sido firmado entre Alemania y Japón, que desde entonces tenían sus que veres, donde se proponía que ningún otro país más que Japón, tuviera influencia­s sobre China.

La capital fue escena trágica de un drama de amores. Margarita Wooward fue muerta de veinte puñaladas propinadas por su amante Lorenzo Rincón, quien luego se cortó el cuello, pero sobrevivió. Ella fue rica en su juventud, aunque aún gozaba de belleza, arrebatada por el celo.

Se decía que tras los ataques del ejército gringo contra los villistas y angelistas, aquellos no volverían a levantar cabeza. Aquello realmente fue una confusión. Las cifras que daba el gobierno carrancist­a discordaba­n de las del gobierno gringo. Lo más seguro es que Villa y Ángeles ni cuenta se hayan dado.

Los profesores de Gómez estaban quejosos porque el inspector que les tocaba se dedicaba más bien a andar ahí en politiquer­ías. Era el que le tocaba a Mapimí, donde todavía había que cosas reñir en cuestión política. Ahora, solo queda el magnífico Puente de Ojuela.

Todavía dejaban fumar en los teatros. Y por una colilla, se encendió el Princesa. Como pasa cuando sucede, aun contando con Improtecci­ón Incivil, todo mundo hizo un argüende. Con el pánico y las correrías, algunos hasta salieron contusos.

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