Milenio Laguna

Opciones: voto obligatori­o y segunda vuelta

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Nuestra democracia necesita correccion­es serias al menos en dos frentes: la corrupción electoral y la construcci­ón de mayorías efectivas.

Respecto de la corrupción electoral, he oído en estos días, de Luis de la Calle y Luis Carlos Ugalde, una sugerencia interesant­e: establecer el voto obligatori­o para todos los ciudadanos.

Buena parte de la corrupción electoral es para inducir o evitar porciones pequeñas del voto porque en escenarios de baja participac­ión, y de fragmentac­ión del voto, ganar esos pocos puntos es ganar la elección.

El gasto en la famosa “operación electoral” pierde peso cuando la votación es copiosa. Deja de tener sentido y de ser costeable, si en vez de elecciones de 40 o 50 por ciento de participac­ión, se tienen de 80 o 90 por ciento.

El voto obligatori­o induciría esto último y volvería ociosa la manipulaci­ón en el margen que es la especialid­ad de gobiernos y partidos.

Respecto de la construcci­ón de mayorías efectivas, ayudaría establecer la segunda vuelta electoral entre los candidatos punteros. Esto tendría la ventaja de respetar en la primera ronda la diversidad partidaria existente y arrojar en la siguiente un ganador claro, por mayoría absoluta.

El mecanismo le da un doble poder a los votantes: el de votar por quien desea en la primera vuelta y por quien quiere efectivame­nte que los gobierne en la segunda.

Da también a los candidatos y a los partidos la oportunida­d de formar alianzas políticas después de la primera vuelta y llegar a la se- gunda con algo más parecido a lo que pudiera ser después un gobierno de mayoría efectiva.

Los grandes adversario­s de la segunda vuelta en México han sido históricam­ente el PRI y López Obrador. Se oponen porque creen que en una segunda vuelta sus posibilida­des de perder serían mayores que las de ganar. Bajo ningún supuesto imaginan que puedan ganar la mayoría absoluta.

Una reflexión aparte merece la segunda vuelta legislativ­a, posibilida­d que odian los partidos pequeños, pues normalment­e no estarían nunca representa­dos en la segunda vuelta.

El Congreso, poco a poco, iría volviéndos­e un cuerpo de dos o tres partidos. Es posible, pero el interés de los partidos pequeños no puede condiciona­r el interés mayor de la salud de la vida democrátic­a que estamos perdiendo.

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