Paraguay celebra el centenario del escritor Augusto Roa Bastos
La Feria Internacional del Libro dedicará el día a quien se considera uno de los literatos más importantes del país sudamericano
CDPA/ omo ElQuijote de Cervantes, inspirador de Yo, el supremo, el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005) resurgió este año con una “denodada obstinación” en el centenario de su nacimiento.
El pueblo paraguayo, al que Roa Bastos se sentía orgulloso de pertenecer, volvió a acunarlo y lo que comenzó en enero “como el vuelo de una mariposa, se convirtió en vuelo de un cóndor”, como resumió su hija Mirta Roa.
Hoy, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, la Feria Internacional del Libro (FIL) de Paraguay dedicará el día a quien se considera uno de los escritores más importantes del país, que superó 50 años de exilio y venció al olvido, la censura y la represión.
Roa Bastos se consideraba un artesano. “Un artesano entregado, cuando puede —no cuanto puede, que es poco— al oficio de modelar en símbolos historias fingidas, relatos a medias inventados; historias imaginarias de sueños reales, de lejanas y recurrentes pesadillas”.
Decía que la literatura es un modo de influir en la realidad y transformarla con fábulas. “Escribir un relato no es describir la realidad con palabras, sino hacer que la palabra misma sea real. Únicamente de este modo la palabra real puede crear los mundos imaginarios de la fábula”. “La posteridad no se regala a nadie”, decía.
Su creación más alabada, la novela Yo, elSupremo, tiene como protagonista a José Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840), quien gobernó Paraguay durante casi 30 años, la mayoría de ellos como Dictador Perpetuo de la República, según el modelo de la antigua ley romana.
Para esa obra, Roa se inspiró en el Quijote, e intentó trazar un paralelismo entre esos dos personajes emblemáticos, según confesó en algún momento.
Fueron “dos figuras opuestas y extremas —una sombría, y luminosa la otra— que quizá se toquen en algún punto en la esfera de la imaginación; esa esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”, expresó Roa Bastos.
“De Cervantes aprendí a evitar la facilidad de ser un escritor profesional, en el sentido de un productor regular de textos; a escribir menos por industria que por necesidad interior, menos por ocupar espacio en la escena pública que por mandato de esos llamados hondos de la propia fisiología creativa que parecieran trabajar por fotosíntesis, como en la naturaleza”, expresó al recibir el Premio Cervantes, en 1989.
Esa declaración, unida a su compromiso social y político y su apego a sectores más humildes, le abrió las puertas y el corazón de su pueblo.