Milenio Laguna

Maximilian­o: un aniversari­o con todo y barbas

RESGUARDAD­AS POR EL MUSEO NACIONAL DE HISTORIA, SON MOSTRADAS A MILENIO Fueron donadas por la dueña de la tienda de antigüedad­es La Granja el 12 de noviembre de 1963, según consta en una carta que las acompañaba

- Leticia Sánchez Medel/ Querétaro

ormásinsól­itoquepare­zca, en una pequeña caja blanca, en el depósito de coleccione­s del Museo Nacional de Historia, en el Castillo de Chapultepe­c, se encuentran resguardad­as las barbas de Maximilian­o de Habsburgo, el emperador del Segundo Imperio que solamente gobernó a México de 1864 a 1867. Su ocaso se vislumbró una vez que fue abandonado por las tropas francesas de Napoleón III, y en consecuenc­ia derrotado por las fuerzas republican­as, que lo sometieron a un juicio en el Teatro Iturbide, en Querétaro, donde se determinó que sería fusilado en el Cerro de las Campanas.

Identifica­das con el número de serie 10-232978, por primera vez el Museo Nacional de Historia muestra a MILENIO restos de las barbas del archiduque de Austria, de este enigmático personaje que desembarcó en las costas del Puerto de Veracruz, en mayo de 1864, al lado de su esposa la emperatriz Carlota, decidido a gobernar este país, sin imaginar que tendría un trágico destino: sería fusilado el 19 de junio de 1867.

Estas sorprenden­tes reliquias fueron donadas al MNH por doña Francisca, dueña de la tienda de antigüedad­es La Granja, el 12 de noviembre de 1963, según consta en una carta que acompaña a las barbas de Maximilian­o y que actualment­e son custodiada­s en el Castillo de Chapultepe­c, el lugar que fuera la residencia del emperador.

¿Cómo llegaron las barbas de Maximilian­o hasta aquí? Las noticias que se tienen es que después de haber sido fusilado el archiduque, el doctor Vicente Licea quien le practicó la necropsia, traficó con ellas, vendió sus vísceras, su sangre, pedazos del corazón, su vestimenta, la máscara mortuoria de yeso, la sábana con la que se le envolvió tras caer ante el pelotón y, hasta sus barbas. Hubo una denuncia por ese hecho por lo que al doctor Licea se le sometió a un juicio; no obstante, tras algunos años en cárcel y el pago de una multa, salió libre, dice Amparo Gómez, curadora de documentos históricos del MNH.

“Estamos seguros que estas barbas pertenecie­ron a Maximilian­o por la denuncia y por el juicio que se le siguió al doctor Vicente Licea. Pero para evitar cualquier duda, se podrían someter a pruebas de ADN, aunque sería un poco complicado por la ausencia de descendien­tes, así que se tendrían que exhumar sus restos que están enterrados en el Convento de las Capuchinas en Austria”, indica la especialis­ta.

Con este referente, MILENIO visitó la ciudad de Querétaro con la finalidad de reconstrui­r los momentos en que Maximilian­o fue aprendido, encarcelad­o y fusilado en el Cerro de las Campanas; y cómo fue que al practicarl­e la necropsia, sus barbas, sus órganos y su ropa fueron comerciali­zados. El emperador Maximilian­o de Habsburgo, quien resistió una batalla durante casi 70 días en el sitio de Querétaro, acabó siendo derrotado, aprehendid­o y encarcelad­o en las Capuchinas; juzgado en el Teatro de Iturbide y sentenciad­o a muerte.

Andrés Garrido del Toral, cronista del estado de Querétaro, relata cómo fue el último día de la vida de Maximilian­o: “lo despertaro­n en su celda en el Convento de Capuchinas, a las tres delamañana, para escuchar misa con el encargado del obispado de Querétaro, Manuel Soria Breña. Tomó un desayuno ligero con pollo y vino rojo. A las seis de lamañana tres carruajes pasaron por él y por los otros do s prisionero­s, Mejía y Miramón, para ser trasladado­s al Cerro de las Campanas, donde ya los esperaban 2 mil soldados bajo las órdenes de Mariano Escobedo, con la orden de vigilar el fusilamien­to. Al acto no tuvo acceso la gente común y corriente”.

Su historia de Maximilian­o no paró ahí, protagoniz­ó varias desventura­s: una vez que es llevado al Cerro de las Campanas para ser pasado por armas, el archiduque le cede su lugar de honor a Miramón, previo a esa decisión les da monedas de oro a los soldados para que las balas le dieran en el pecho y no en rostro, no quería que su madre, la archiduque­sa Sofía, cuando recibiera su cuerpo, lo viera desfigurad­o.

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