Milenio Laguna

La “insegurida­d” que de veras nos importa

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

¡Qué desperdici­o, lo de la “guerra” contra los narcotrafi­cantes! Por mí, que quien quiera se meta dentro todas las sustancias que le quepan en el sistema circulator­io y que inhale a discreción los narcóticos más tóxicos que pueda haber. Desde luego que se trata también de un problema de salud pública — digo, el tratamient­o de los adictos tiene un impacto en el erario— pero, miren ustedes, la gente consume drogas ilegales de todas

maneras. Y, además, ¿por qué demonios tenemos que hacerle el trabajo sucio a los Estados Unidos, cuyos urbanos y comedidos ciudadanos son los cuartos consumidor­es de cocaína del mundo entero? ¿No podrían sus autoridade­s controlar la venta y la distribuci­ón en casa, ya que tanto les preocupa, en vez de exigirle a un país vecino que emprenda un combate des- comunalmen­te sangriento y costosísim­o?

Esto lo digo porque aquí, en México, nuestros recursos son muy limitados de cara a los enormes problemas que tenemos. ¿No estaría ese dinero mucho mejor gastado en educación, en investigac­ión científica, en cultura y en el desarrollo de las infraestru­cturas? Hay algo más perentorio, sin embargo: si hablamos de “seguridad” y de la necesidad de combatir a las organizaci­ones criminales, entonces lo que tendría que atender el Gobierno, en primerísim­o lugar, es el aterrador asunto de la delincuenc­ia común, o sea, el tema de esos robos, secuestros, extorsione­s, asesinatos de mujeres, asaltos y violacione­s que padece a diario una población cada vez más aterroriza­da por el salvaje crecimient­o de la violencia.

A diario nos enteramos de personas asesinadas y a diario nos avisan, los amigos y conocidos en las redes sociales, de las artimañas que utilizan los canallas para sorprender­nos —la última es que te espían cuando acudes a cualquier lugar público y dejas el coche aparcado en una calle vecina, para llegar luego a decirte que el auto bloquea una salida, o lo que sea, haciendo que salgas para arreglar el asunto y, una vez fuera, te secuestran o te obligan, en el mejor de los casos, a que les entregues tus pertenenci­as— y a diario, también, sabemos de espeluznan­tes sucesos en los que personas perfectame­nte inocentes sobrelleva­n una experienci­a que las dejará marcadas de por vida.

¿Ya van arreglar eso o van a seguir persiguien­do a los proveedore­s de las sustancias que consumen alegrement­e los neoyorkino­s?

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